lunes, 7 de enero de 2019

No me quiero enamorar





Datos del libro


Fecha de publicación: 20 de septiembre de 2018
Nº páginas: 270
Editor: Independiente
Idioma: Español
ISBN-10: 1720291802
ISBN-13: 978-1720291800
Precio: 2'99€ digital/13'83€ papel




Sinopsis




   
Brooke Evans está demasiado ocupada como para pensar en enamorarse. Su trabajo la absorbe por completo, y más ahora que su ayudante acaba de darse de baja por maternidad. En plena campaña navideña lo que menos necesita es pensar en los hombres, pero no tendrá más remedio que hacerlo cuando su jefe se encarga de contratar un nuevo ayudante para ella: Nick.

Primeros capítulos


PRÓLOGO


                                                                                      



     A los treinta y cinco años mi vida es demasiado complicada para pensar en ese sentimiento que muchos llaman amor. Demasiado trabajo, demasiadas obligaciones y muy poco tiempo libre. Ser directora del departamento de publicidad de una gran empresa de marketing me absorbe por completo, y ahora que mi ayudante ha pasado a engrosar la lista de mujeres felizmente casadas y a punto de tener un bebé, el trabajo se multiplica por dos. Gracias a Dios mi suerte está a punto de cambiar porque falta muy poco para que una nueva ayudante llegue a mi vida para ponerme de nuevo las cosas mucho más sencillas.
     Las calles de Manhattan son un hervidero de personas a las siete de la mañana y coger el coche es una auténtica odisea, por eso suelo ir en metro a trabajar. Me gusta fijarme en todos esos potenciales compradores de los productos que publicito para poder hacer el mejor anuncio del mercado y seguir siendo la mejor en mi trabajo. Siempre ando libreta y bolígrafo en mano para apuntar cualquier pequeño detalle que pueda serme de utilidad en mi próximo trabajo, aunque la gente me mire como si me faltase un tornillo. Suelo ser implacable, inflexible y profesional. No me valen las excusas, me gusta que mis empleados sean eficientes y que se centren en el trabajo en vez de estar chismorreando sobre el nuevo novio de su vecina del quinto. Por ello me he ganado el apodo de mujer de hielo, pero me importa muy poco cuando el trabajo está terminado a tiempo y a gusto del cliente.
     Veinte minutos antes de entrar a trabajar suelo encontrarme en la cola de Starbucks, donde pido mi Latte Macchiatto y mi donut relleno de chocolate, el único capricho dulce que me doy al día. Cinco minutos después entro por las puertas del edificio de mi empresa y me detengo a charlar con Lisa, recepcionista y mi mejor amiga desde que entré a trabajar aquí.
     —Buenos días, Lis —digo con una sonrisa apoyándome en el mostrador—. ¿Qué tal se presenta el día?
     —Movidito —contesta alzando las cejas de manera sugerente—. Ha llegado un bombón impresionante preguntando por ti, así que al menos te recrearás la vista hoy.
     —¿Ha dicho su nombre?
     —No, pero seguro que se llama “polvo de Brooke”.
     —Ya sabes que no tengo tiempo ni ganas de pensar en hombres. Le atenderé educadamente y le indicaré el camino hasta ti para que puedas comértelo entero.
     —Brooke, te he dicho muchas veces que necesitas un respiro. No todo en la vida es trabajar, ¿sabes?
     —No solo trabajo, Lis. También me divierto.
     —¿Ah, sí? ¿Haciendo qué?
     —Bueno pues… hago deporte —me defiendo—. ¡Y también leo!
     —¿Y eso es divertido? 
     —Para ti tal vez no, pero a mí me relaja muchísimo. —Miro el reloj—. Tengo que irme, las candidatas para el puesto de ayudante están a punto de llegar y quiero deshacerme antes del tipo ese.
     —No te olvides de mandarlo hacia aquí —bromea mi amiga.
     —Que sí, pesada. Luego nos vemos.
     Subo el ascensor hasta la quinta planta, saludo distraídamente a mis compañeros y entro a toda prisa en mi oficina. Aunque acabo de salir de casa estoy estrenando zapatos y me están matando de dolor, así que en cuanto cierro la puerta apoyo una mano en la pared y los lanzo por el aire con un suspiro de alivio.
     —Bonito culo —oigo a mi espalda.
     Doy un respingo al caer en la cuenta de que me he olvidado por completo del tío del que me ha informado Lis, y me vuelvo para verle sentado en mi silla con los pies sobre la mesa. La verdad es que está como un cañón… rubio, ojos claros, labios carnosos y un cuerpo de infarto, pero esa es mi silla y me ha costado mucho trabajo ganármela.
     —Llega diez minutos tarde —dice con todo el descaro del mundo.
     —¿Se puede saber quién se cree usted que es? Para empezar levántese de ahí, que tenemos sillones muy cómodos para las visitas.
     —Estoy cómodo aquí, gracias. Soy Michael, el hijo de tu jefe. Me duele que no me hayas reconocido, Brooke.
     Conocí a Michael en mi primer año trabajando en esta empresa. Es un niño malcriado que se cree que por ser el hijo del jefe puede hacer lo que le venga en gana, y la verdad es que no lo aguantaba entonces y no lo aguanto ahora. Tendrá unos treinta años, aunque la mentalidad de un niño de doce, y se dedica a ponerle los cuernos a su prometida millonaria cada vez que le viene en gana, con las correspondientes consecuencias mediáticas.
     —Ha pasado mucho tiempo —contesto—. ¿Qué quieres de mí?
     —Teno un proyecto para ti.
     —Ahora mismo estoy ocupada, así que si no te importa…
     —Vaya… creí que por ser el hijo de Christian no hacía falta pedir cita.
     —Pues te equivocaste. Me da igual que seas el hijo de mi jefe, el presidente de los Estados Unidos o el Papa de Roma, Michael. Levanta el culo de mi silla y pídele una cita a mi secretaria. Cuando la tengas hablaremos de tu proyecto, no antes.
     —Está bien, está bien —contesta levantándose con las manos en alto—. Vaya genio que gastas, ricura.
     Michael se acerca a la puerta y me mira con aire divertido antes de acercarse a mi oído.
     —Me habían dicho que te habías convertido en una mujer de hielo —susurra—, pero te aseguro que me encantará conseguir derretirte en mi cama.
     —Créeme… antes de que eso ocurra Lucifer habrá vuelto al cielo y se habrá congelado el Infierno.
     Tras una carcajada, Michael se marcha y yo respiro aliviada. Cuando nos conocimos intentó por todos los medios que me acostase con él, y como no accedí mintió y estuve a punto de perder el trabajo, así que no tengo ganas de que esa situación se vuelva a repetir.
     Una vez recobrada la compostura vuelvo a ser la implacable Brooke Evans, la mujer más deseada de todo Manhattan… por su trabajo, no por su aspecto. No soy demasiado guapa, aunque realmente no es algo que me preocupe. Alta, morena, con algo de nariz y ojos marrones. A pesar de mi aspecto común nunca me han faltado los hombres… como se ha podido comprobar hace un momento.
     Un golpe en la puerta me devuelve a la realidad. Christian, mi jefe, entra en mi despacho con una sonrisa en los labios.
     —Buenos días, Brooke. Acabo de ver a mi hijo y me ha dicho que le has despachado como se merece.
     —Chris, tu hijo se ha pasado de la raya. No puedo consentir que me falte al respeto y que se presente en mi despacho cuando le dé la gana como si él fuese el dueño de todo esto.
     —Lo envié a hablar contigo precisamente porque sé que eres la única mujer capaz de ponerle en su lugar, Brooke. Es un sinvergüenza y necesita unas cuantas clases de humildad que apuesto a que le darás encantada.
     —Yo no lo diría así, pero…
     —De todas formas no he venido a hablarte de Michael —me interrumpe sentándose frente a mí.
     —¿Entonces de qué?
     —Sé que estás demasiado ocupada ahora que Sarah se ha marchado. Se acerca la campaña navideña y hay demasiado trabajo, así que he decidido ocuparme yo mismo de buscar a tu ayudante.
     —Me salvas la vida, Chris. Lo último que necesito ahora mismo es perder el tiempo haciendo entrevistas.
     —Nick llegará en unos minutos. Le dije que fuese a tomarse un café para que me diese tiempo a hablar contigo antes de su incorporación.
     —¿Esa chica está disponible de inmediato? No sé cómo lo has hecho, pero gracias.
     —En realidad hablé con él hace días, pero hemos tenido que esperar que pasaran los quince días pertinentes para que dejase su otro trabajo.
     —Espera, ¿él? ¿Cómo que él?
     —A partir de ahora trabajarás con mi sobrino Nick, Brooke.
     —Tienes que estar de broma.
     —Te aseguro que no lo estoy. Nick es un hombre muy competente en su trabajo, siempre ha destacado por su constancia y su entrega y te aseguro que he tenido que ofrecerle un sueldo muy apetecible para que acepte el puesto.
     —Christian, sabes que solo trabajo con mujeres. No digo que tu sobrino no sea competente, pero esa fue la única condición que puse al aceptar el puesto de directora del departamento y fui tajante al respecto.
     —Los dos sabemos por qué pusiste esa estúpida norma, pero Nick no es como Mike. Mi sobrino es un hombre serio y responsable que se toma su trabajo muy en serio y con el que no vas a tener ningún problema.
     —Christian…
     —No voy a cambiar de opinión al respecto, Brooke. Nick es un gran profesional y vas a trabajar con él si quieres seguir en la empresa.
     —¿Vas a despedirme?
     —Bien sabe Dios que sería lo último que haría, pero lo haré si me obligas a ello.
     —Muy bien, pero si hay algún problema…
     —Yo mismo le pondré de patitas en la calle. En cuanto a mi hijo… hazle esperar un par de semanas para su cita. Se merece que alguien le recuerde que el ser mi hijo no implica que la empresa sea suya.
     —De acuerdo.
     Mi jefe se da la vuelta para marcharse, pero en el último momento se gira y me mira con ternura.
     —Brooke, cuando veas lo bien que se desenvuelve Nick en este trabajo me lo agradecerás.
     Mi jefe sale del despacho y me dejo caer en el sillón con un grito de frustración. ¿Un hombre, en serio? ¡Maldita sea mi suerte! Los hombres solo piensan con el pene y no tardan ni dos días en querer meterse entre las piernas de la jefa, lo sé por experiencia. Hace seis años perdí mi empleo anterior precisamente por un empleado que no supo aceptar un no por respuesta.
     Cinco minutos después, mi secretaria me avisa de la llegada de Nick. Suspiro y me preparo resignada a recibir a mi nuevo tormento, pero desde luego no es para nada lo que esperaba. Tendrá veintipocos años, y aunque soy bastante alta me saca unos buenos diez centímetros. Su pelo color ceniza es demasiado largo para mi gusto, me dan ganas de cogerlo de un puñado para llevarlo a la peluquería más cercana. Ojos claros, aunque no distingo el color, mandíbula cuadrada, nariz griega… Atractivo, pero no es el típico guaperas como su primo. Me sorprende su atuendo, desde luego: vaqueros, camiseta negra y chaqueta de cuero. Muy profesional no parece, la verdad…
     Nick me tiende la mano por encima de la mesa y salgo de mi ensimismamiento. ¡Vaya jefa estoy hecha! El pobre lleva un rato parado delante de mí y ni siquiera me he levantado de mi asiento.
     —Buenos días —digo—, Nick…
     —Harper, Nicholas Harper, señorita Evans.
     Su voz de barítono consigue que un escalofrío recorra todo mi cuerpo. Es una voz perfecta para seducir a cualquier mujer… suave, profunda y sensual. ¿Pero en qué demonios estoy pensando? ¡Céntrate, Brooke, por amor de Dios!
     —Siento mi aspecto de hoy —se disculpa—, pero mi tío no me dijo que venía a empezar a trabajar.
     —Christian suele omitir muchos detalles últimamente —protesto ofuscada—. Siéntese, por favor.
     —Es un detalle de familia, créame —contesta haciendo lo que le pido—. Mi madre es igual de confabuladora que él.
     —¿Qué puesto ocupaba en su anterior trabajo?
     —Soy diseñador gráfico. Me ocupada del mantenimiento de la web y hacer los retoques a las fotos.
     —En ese caso su experiencia nos será de mucha ayuda por aquí. Además de eso deberá tratar con los clientes en mi ausencia, supervisar las sesiones de fotos… Las cosas aburridas que nos tocan hacer a los publicistas.
     El asiente sin decir nada y me apoyo sobre la mesa para parecer más intimidante.
     —Me temo que si cambió de trabajo porque pensó que por ser sobrino del jefe haría menos tareas estaba muy equivocado.
     —Si hubiese sido así me habría quedado en mi antiguo empleo donde era la mano derecha del director general, señorita Evans. Me gusta ganarme mis propios méritos.
     —No pretendía ofenderle, sino advertirle.
     —Mire, comprendo que a nadie le gusta que le impongan trabajar con alguien que no ha elegido, pero le aseguro que estoy aquí para echarle una mano a mi tío y no tengo tiempo ni ganas de ligar con usted.
     —No sabía que Christian le había contado lo de mi cláusula especial —contesto sorprendida.
     —No tengo ni la más mínima idea de a qué se refiere, pero sé por experiencia cuando una mujer está a la defensiva, y usted lo está. No sé qué demonios le pasó en el pasado, pero le aseguro que puede confiar en mí lo suficiente como para que podamos trabajar juntos con absoluta tranquilidad.
     —Como usted mismo ha dicho, vamos a trabajar muchas horas juntos, así que sería bueno que empezásemos a tutearnos. —¿Qué? ¿De dónde ha salido eso?
     —Me parece bien, Brooke. Me gusta trabajar en familia.
     —Ahora te enseñaré todo esto y te presentaré al resto de compañeros. Mañana tendremos tiempo de empezar a trabajar en serio.
     —Perfecto, jefa, estoy a tus órdenes.
     He escuchado esa frase infinidad de veces en boca de los hombres, pero siempre me han sonado malintencionadas… excepto viniendo de mi nuevo ayudante. Parece que es sincero en sus palabras, y aunque me cueste reconocerlo tal vez, solo tal vez, no esté tan mal tenerle de ayudante.


CAPÍTULO 1



A las seis de la tarde apago el ordenador y bajo a recepción para encontrarme con Lisa, que ya está lista para salir. Como todos los jueves nos vamos a Madame Geneva, un bar de cócteles situado en el centro de la ciudad. Hoy está a reventar, por lo que nos abrimos paso hasta la esquina de la barra donde una pareja acaba de dejar dos asientos vacíos.
—¿Y bien? —pregunta mi amiga en cuanto el camarero se marcha— ¿Qué tal el nuevo cliente?
—El nuevo cliente es el hijo de Christian, y te aseguro que me ha ido de pena.
—¿En serio ese bombonazo era Michael el mujeriego? —pregunta sorprendida— Ha cambiado mucho en un par de años.
—La cirugía puede hacer milagros en su aspecto, pero sigue teniendo el cerebro de un mosquito. Para no perder la costumbre ha intentado ligar conmigo como si no hubiese intentado echarme del trabajo por no hacerlo la otra vez.
—Ese intenta ligar con todas aunque esté comprometido, y lo más triste es que a la mayoría consigue llevárselas a la cama. Me da pena su prometida, la pobre debe pasarlo fatal cada vez que sale un escándalo en alguna revista de cotilleos.
—Pues te aseguro que por mi parte no tiene nada que temer, porque Michael se ha llevado un gran chasco. No tengo tiempo ni ganas de aguantar sus tonterías.
—Deberías relajarte un poco y echar algún polvo de vez en cuando, ¿sabes? No digo que lo hagas con ese, te aseguro que ni siquiera yo lo haría —dice poniendo cara de asco—, pero sí que busques a alguien con quien quedar de vez en cuando. No tiene que ser sano estar tanto tiempo en celibato.
—¿Relajarme precisamente ahora? En un mes empiezan las campañas navideñas y no voy a tener ni un solo minuto libre para poder dedicarme a ligar, Lis.
—¿Pero no tienes ya ayudante?
—Sí, lo tengo, pero aún no está familiarizado con todo esto y tendré que enseñarle. Me va a costar más que otros años llegar a tiempo a todos los contratos y Christian se va a cabrear mucho.
—¿Qué tal es tu ayudante, por cierto? No la he visto llegar.
—No la has visto llegar porque mi nueva ayudante se llama Nick Harper y tiene pene.
Mi amiga deja escapar la cerveza por la nariz arrancándome una carcajada. Me conoce muy bien y sabe que no me gusta trabajar con hombres, y sé que la noticia la habrá dejado muerta.
—¿Qué me he perdido? —pregunta limpiándose la barbilla— ¿Brooke Evans trabajando con un hombre? ¿Ha empezado el Apocalipsis y yo no me he enterado?
—La magnífica idea ha sido de Christian. Es el hijo de su hermana y si quiero seguir trabajando en esta empresa tengo que aguantarle.
—¿Y cómo es? ¿Es guapo?
—Yo no diría guapo, pero sí es atractivo. Tiene un aire de pirata que le hace destacar.
—Pues chica, si se pone a tiro…
—Es demasiado joven, Lis. Tendrá unos veintipocos años.
—¿Y qué? ¿No sabes que hay que comerse un yogur de vez en cuando?
—Un yogur sí, pero no un yogurín.
—Bueno, así al menos te recrearás la vista.
—Tú siempre pensando en lo mismo… ¡Salida! —bromeo.
—Es que el sexo es el mejor deporte que existe, ¿sabes? Deberías probarlo de vez en cuando.
—Para mí lo primero es el trabajo, no pienso tumbarle en el escritorio para follármelo como una ninfómana —bromeo—. Ahora en serio, me ha parecido muy profesional y eso me gusta. Creo que podré lidiar con él después de todo.
—Ya me lo presentarás un día de estos, que me está picando la curiosidad por ese tal Nick. Tengo ganas de descubrir cuán atractivo es.
De pronto siento un escalofrío subir por mi espalda. Hay alguien parado detrás de mí, todos mis nervios se han erizado de golpe. No quiero volverme por si es algún hombre intentando ligar, pero una voz que ya me es familiar me deja inmóvil en el sitio.
—La curiosidad mató al gato, chicas —susurra Nick junto a nosotras.
¡Mierda! De todos los hombres del mundo ha tenido que ser precisamente Nick… ¡Y nos ha pillado hablando de él! Ahora mismo necesitaría que me tragase la tierra, pero como sé que eso no va a pasar me vuelvo para encontrarme con sus ojos verdes y una sonrisa de medio lado terriblemente atractiva dirigida por completo a mí. Va vestido como esta mañana y permanece con las manos en los bolsillos de los vaqueros esperando a que le presente a Lisa. Carraspeo porque se me ha quedado la garganta seca, no sé si de la vergüenza de haber sido pillada o porque esa sonrisa me ha descolocado más de lo que debería admitir.
—Lis... él es Nick —digo por fin—. Nick, ella es Lisa, la recepcionista de la oficina.
—Tú eres la desaparecida recepcionista —contesta él tendiéndole la mano—. Encantado de conocerte.
—Lo mismo digo —responde Lis avergonzada.
—He venido con unos amigos y al verte vine a saludar —aclara Nick—. Lo que no esperaba era que yo fuese el tema de conversación… no sabía que te alterase tanto tenerme en el despacho.
—No seas creído —protesto intentando disimular—. Eres lo único fuera de lo común que ha ocurrido hoy, solo eso.
—Vaya… Y yo me había emocionado.
—Mala suerte, chico —contesta Lis.
—¿Chico? ¿Qué edad crees que tengo? ¿Veinte?
—Por ahí andarás —contesto yo.
—Debo tener una genética excelente, porque me has quitado diez años de golpe.
Me quedo mirándole con la boca abierta. ¿En serio tiene treinta? ¡Cualquiera lo diría! Ojalá yo tuviese su genética… Me conservo bastante bien, pero cuando tenga cincuenta años me gustaría aparentar cuarenta. Nick me mira con una sonrisa un tanto extraña que no logro descifrar.
—Me marcho, mis amigos me esperan —dice de repente—. Nos vemos mañana, jefa.
—Hasta mañana.
Nick se aleja en dirección a una mesa en la que hay una pareja sentada con dos chicos más y yo me pierdo en el movimiento de su culo al andar. ¡Joder, y vaya culo! Lo tiene tan redondo y apretado que dan ganas de morderlo y todo… ¿Pero qué demonios estoy pensando? ¡Por Dios bendito! ¡Voy a perder la cabeza!
—¡Dios, está como un queso! ¿Pero tú has visto ese pedazo de culo? —dice Lis interrumpiendo mis lujuriosos pensamientos.
Le doy un codazo con una sonrisa y me bebo de un trago mi Cosmopolitan para marcharme a casa. En cuanto cierro la puerta a mis espaldas lanzo los zapatos de tacón por el aire, que me están matando desde esta mañana. Me doy una ducha bien caliente y tras ponerme mi camisón de corazoncitos me siento en el sofá a ver lo que hay en la tele. Tras media hora haciendo zapping sin éxito me meto bajo el nórdico y me quedo profundamente dormida.

Un fuerte golpe en la pared me despierta sobresaltada. Me siento en la cama para agudizar el oído. Tranquila, Brooke, solo es la vecina que lleva los niños al colegio. Me dejo caer de nuevo en la cama con una sonrisa. ¿Vecina? ¿Colegio? ¡Mierda, me he quedado dormida! Salto de la cama y me pongo a toda prisa lo primero que cojo del armario, me hago una coleta sin peinarme siquiera y echo a correr escaleras abajo. ¡Maldita sea, los zapatos! Tengo que volver para buscar unos que sean bajos, porque me va a tocar correr los cien metros lisos si no consigo parar un taxi.
Llego una hora tarde a trabajar. En cuanto entro por la puerta echo a correr hacia el ascensor, que está a punto de cerrarse.
—¡Hola, Lis! —grito sin detenerme.
—¡Llegas tarde! ¡Me debes una cena! —contesta ella gritando también.
Cuando llego al despacho lo primero que hago es acercarme a ver a Nick. Hoy está irreconocible: la barba descuidada de ayer ha desaparecido, su pelo está bastante bien peinado y aunque no ha dejado de lado los vaqueros, hoy los lleva con una camisa de seda verde manzana que no le queda nada mal. En cuanto me ve, me dedica una sonrisa de medio lado y deja de teclear.
—Siento llegar tarde —me disculpo.
—Todo está bajo control, le he dicho a Christian que tenías una cita con el dentista.
—Gracias por salvarme el cuello.
—No hay de qué. Ha llamado el director de Industrias Hollister para concertar una entrevista contigo y un tal James Carter, que no ha querido dejarme el recado y volverá a llamar sobre las once.
—Llama a Industrias Hollister y concierta la cita para las cuatro, y si vuelve a llamar el señor Carter pásale la llamada directamente a Christian. Lo único que quiere es marearme para terminar hablando con el jefe.
—¡A sus órdenes! —bromea haciendo el saludo militar antes de volver a enfrascarse en su trabajo.
Tras ponerme las gafas me siento y enciendo el ordenador, pero hoy el universo debe estar conspirando contra mí, porque no quiere arrancar. ¡Maldita sea! Apoyo la cabeza sobre la mesa gimiendo con frustración. ¿Es que hoy todo me va a salir mal? De repente escucho el sonido de una cafetera que me hace levantarme hipnotizada por el aroma a café recién hecho que me llega desde el despacho de Nick. Me acerco lentamente con los ojos cerrados disfrutando del aroma y me doy de bruces contra el pecho de mi ayudante. Por suerte él tiene mejores reflejos que yo y me sostiene por los brazos antes de que termine cayéndome de culo.
—Te tengo —susurra con una sonrisa que hace que me dé un vuelco el estómago.
—Lo siento, Nick. ¿Eso que huelo es café? —Él se echa a reír.
—Sí, jefa, es café. He supuesto que no has podido desayunar, así que… ¿Cómo lo tomas?
—Corto, con leche y dos azucarillos.
—¡Marchando!
Le veo dirigirse a la mesa junto a la ventana en la que mi anterior ayudante tenía una pecera llena de pececitos de colores y ahora hay una cafetera con un par de tazas de porcelana blanca. Al instante Nick me pone en la mano una taza llena de humeante y delicioso café que no tardo en probar, y al primer sorbo mi cuerpo se relaja y soy incapaz de reprimir un gemido.
—Nick… ahora mismo eres mi héroe —suspiro abrazando la taza con los ojos cerrados.
—No me gusta el café que sirven en las cafeterías, es demasiado flojo para mí.
—Pues no sabes lo que agradezco ahora mismo que sea así. Me has salvado la vida.
—Reconoce que empiezo a caerte bien —bromea—. En un par de semanas no querrás librarte de mí.
—Yo no quiero librarme de ti, Nick. ¿De dónde te has sacado eso?
—No hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que no estabas contenta con la decisión de mi tío.
—Por si te sirve de algo no es nada personal —susurro avergonzada—, es solo que trabajo mejor con mujeres.
—¿Alguna mala experiencia?
—Alguna hay, sí.
—Pues te aseguro que conmigo puedes estar tranquila, Brooke. Estoy aquí única y exclusivamente para trabajar.
—En ese caso, si tu trabajo es tan bueno como tu café estás contratado de por vida.
Él se ríe a carcajadas y vuelvo a mi oficina con una sonrisa. El resto del día se pasa volando, trabajar con Nick es realmente muy sencillo y se está adaptando muy deprisa. Es toda una novedad para mí trabajar con un hombre que bromea sin una pizca de malicia en sus palabras, y poco apoco el ambiente entre nosotros se ha relajado por completo. En la reunión de Industrias Hollister Nick ha logrado sorprenderme muy gratamente cuando John Stuart, director general de la empresa, ha intentado menospreciarme por el simple hecho de ser mujer.
—Señorita Evans —empezó a decir John Hollister—, creo que deberíamos dejar hablar al señor Carter. Un hombre sabrá ocuparse mejor de este caso, dado que se trata de una nueva marca de coches.
—¿Insinúa que por ser una mujer no puedo tener conocimientos de mecánica?
—No he dicho eso, pero…
—Mi hermano trabaja en la sede de Ferrari en Los Angeles, señor Hollister. Le aseguro que soy completamente capaz de cambiar un carburador o poner a punto un motor.
—Señorita Evans…
—La señorita Evans es la mejor publicista del país, señor Hollister —interrumpe Nick sin inmutarse—, yo apenas soy un simple aprendiz. Supongo que querrá dejar el anuncio en las mejores manos, ¿no es así?
La conversación ha quedado zanjada, aunque es evidente que Nick ha tenido que controlarse para no darle un puñetazo a ese machista de mierda. Cuando salimos de la reunión le aprieto el hombro para intentar tranquilizarle.
—Es un gilipollas —protesta.
—Pues acostúmbrate a tratar con gilipollas a menudo, porque este no va a ser el último.
—Me parece increíble que en pleno siglo veintiuno todavía haya quien considere a la mujer inferior cuando se ha demostrado que no es así.
—¿Quieres un consejo? Procura no tomártelo todo como algo personal, o te aseguro que terminarás con demasiados dolores de cabeza.
—Lo siento, jefa, pero me va a costar mucho no hacerlo.
—Aprende de mí. Para algo me llaman la mujer de hielo…
—Tú serás cualquier cosa, Brooke, pero estoy seguro que no eres una mujer de hielo, sino todo lo contrario.
Ni siquiera me ha mirado, así que no sé en qué sentido lo dice, y la verdad es que prefiero pensar que no tiene nada que ver con la sexualidad. El resto de la tarde pasa tranquila, así que puedo centrarme en enseñarle cómo funciona todo para que mañana pueda desenvolverse por sí mismo. Al terminar la jornada se ofrece a llevarme a casa en su coche, y aunque al principio iba a declinar su oferta estoy hecha polvo, así que le sigo hasta el garaje, donde se acerca a un deportivo azul oscuro.
—¿En serio? —pregunto arqueando una ceja.
—¿En serio qué?
—Voy a empezar a pensar que eres un niño mimado de papá, Nick —bromeo señalando el vehículo.
—Nada más lejos de la realidad, te lo aseguro.
Me abre la puerta del copiloto para que pueda entrar, y cuando se sube a su lugar arranca el motor con una sonrisa.
—Compré este coche para que mi adorable exmujer no se quedase con todos mis ahorros cuando me divorcié. No tengo un céntimo, pero tengo un coche con el que puedo ligar sin problemas.
—Eso es si lo que te interesa de un hombre es su coche.
—A todas les gusta un hombre que tenga dinero, y este coche las hace creer que lo tengo.
—Es muy triste pensar eso, ¿sabes? No a todas las mujeres nos interesa el dinero.
—¿Qué te interesa a ti, Brooke?
—Yo estoy demasiado ocupada ahora mismo como para pensar en relaciones.
—¿Y te compensa trabajar tanto?
—Creo que sí. Me gusta mi trabajo y me satisface haber llegado donde lo he hecho.
—Quizás sea un triste consuelo cuando te des cuenta de que has perdido tu vida en cosas que no merecen la pena.
El resto del camino lo hacemos en un cómodo silencio, roto únicamente por la música que suena en la radio. Nick detiene el coche frente a la puerta de mi casa y tras una leve despedida continúa su camino. Me quedo parada en la acera viendo las luces de su coche desaparecer a lo lejos y pienso en las palabras de Nick. Aún soy muy joven, pero ¿qué pasará cuando tenga sesenta años y me dé cuenta de que lo único que he hecho en la vida ha sido trabajar? Con un suspiro, subo a casa con una nueva idea en la cabeza: voy a empezar a socializar más con el sexo opuesto.

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