Datos del libro
Fecha de publicación: 8 de diciembre de 2018
Nº páginas: 57
Editor: IndependienteIdioma: Español
ASIN: B07L7WZ44S
Tras seis años intentando conseguir su sueño en Nueva York, Zoe por fin podrá volver a casa por Navidad. Lo que no esperaba es tener que lidiar con un vecino deliciosamente sexy, aunque odioso... y su enorme y desobediente perro, que la ha tomado con ella sin ninguna razón.
Primeros capítulos
PRÓLOGO
Adoraba la Navidad. Era mi época favorita del año, a decir verdad. Me encantaba ver las calles de mi ciudad adornadas con luces, el olor a castañas asadas, los puestos que ponen año tras año llenos de decoraciones navideñas en la plaza mayor. Disfrutaba como una niña envolviendo los regalos de los más pequeños de la casa, colocándolos estratégicamente bajo el árbol para evitar una catástrofe si mi primo Daniel abría por error el regalo de su hermana Nicole. Pero eso era antes de empezar a trabajar en Kering outfits, una pequeña firma de ropa low cost a cargo de una bruja con un cuerpo de infarto y cara de ángel.
Llevo seis años sin poder volver a casa por
Navidad, seis años en los que he tenido que trabajar como nadie hasta lograr ser
la mano derecha de Ruth, pero a pesar de ello aún no se ha dignado a echarle un
vistazo a mi trabajo. Porque no quiero ser asistente toda mi vida, como ella
parece creer. Lo que realmente me gustaría es poder diseñar mi propia línea de
moda para la firma, pero me temo que por ahora eso no va a pasar.
Faltan apenas dos semanas para Navidad, y este año
por fin voy a lograr irme a casa para ver a mi familia. Ruth ha decidido hacer
un viaje a las Fidji con su nuevo novio millonario, así que yo tendré la
posibilidad de volver a Charlottesville, un pequeño pueblo de Virginia donde
celebramos estas fiestas por todo lo alto. Ya he comprado la mayor parte de los
regalos para mi familia, pero aún tengo que encontrar ese regalo especial que
siempre comparto con mi hermana gemela. Nora es cinco minutos mayor que yo,
como le encanta recordarme cada vez que tenemos una discusión, y siempre ha
cuidado de mí como toda una hermana mayor. A cambio, todos los años he buscado
un regalo navideño tan especial y original que consiga dejarla con la boca
abierta, y este año que regreso a casa quiero que sea espectacular.
Por fin son las seis, y me apresuro a salir por la
puerta antes de que el Grinch que
tengo por jefa me mande llamar para hacer alguna ridícula tarea que me retenga
en la oficina hasta las tantas. El día está tan gris y lluvioso que casi se me
pasan las ganas de ir de compras… casi. Me resguardo bien dentro del abrigo y
abro el paraguas para adentrarme en las calles de Nueva York, abarrotadas de
gente a pesar de la lluvia. Las luces ya decoran los escaparates de las tiendas
y los mejores productos de cada una de ellas son expuestos sobre alfombras
rojas bajo árboles decorados con adornos de mil colores.
Sonrío ante el tren de juguete que ocupa todo el
escaparate de Toy’s, en el que han
sentado a Santa Claus como si fuera el maquinista y a sus renos como los
pasajeros. Aunque Nora ya no es ninguna niña me decido a entrar por si
encuentro algo para ella, y allí, en una estantería repleta de adornos,
encuentro el regalo perfecto: una bola de nieve de Thomas Kinsdale, el mejor
fabricante de bolas de nieve del mundo, en la que se representa un precioso
tiovivo igual al que Nora y yo solíamos subir de pequeñas en Charlottesville.
Me acerco al mostrador con una sonrisa y una mujer
de unos sesenta años se acerca con un pequeño vaso de plástico lleno de chocolate
caliente en la mano.
—Buenas tardes, querida —dice ofreciéndome el
vasito—. Apuesto a que estás muerta de frío.
—La verdad es que sí —contesto aceptando el
chocolate—. Muchas gracias por el chocolate, es mi bebida favorita.
—Está delicioso, sobre todo si va a acompañado de
nubes. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Me gustaría comprar aquella bola navideña de
allí. ¿Cuánto cuesta?
—Es una obra original de Thomas Kinsdale. Es
musical y está firmada por el propio autor en la base —contesta acercándola—.
Cuesta doscientos cincuenta dólares.
Por poco me da un infarto. ¿Tanto cuesta un adorno
de Kinsdale? No puedo permitirme comprarla aunque empeñe hasta la ropa interior,
porque ya me he gastado una buena suma en los billetes de avión.
—Lo siento —me disculpo—. Se sale demasiado de mi
presupuesto, pero gracias por el chocolate.
—¿Es para alguien especial? —pregunta la mujer.
—Para mi hermana. Vuelvo a casa después de tres
años y quiero hacerle un regalo muy especial. Solíamos pasear en uno igual
todas las navidades cuando éramos pequeñas.
—Bueno, tal vez tenga algo que te pueda interesar.
La mujer desaparece en la trastienda y vuelve unos
minutos después con una pequeña bola de nieve con la base dorada. En ella puede
verse una mansión antigua, e incluso una dama y un caballero con ropa de época
paseando por la acera.
—¡Madre mía, es preciosa! —susurro hipnotizada por
los detalles.
—La hizo mi hijo hace unos años. Quería dedicarse
a ello, pero al cabo de un tiempo decidió que este no era un trabajo serio.
—Es perfecta. A mi hermana le encantan las novelas
románticas de época y estoy segura de que le encantará. ¿Cuánto cuesta?
—Te la regalo —dice la mujer metiéndola en una
caja de lazos dorados—. Al fin y al cabo, estaba en la trastienda cogiendo
polvo.
—¡No puedo aceptarlo! Tan buen trabajo merece ser
pagado.
Abro el monedero y pongo los cien dólares que
llevo sobre el mostrador.
—Es el presupuesto que tenía pensado gastarme
—explico—, y aunque realmente me parece que el trabajo de su hijo vale mucho
más que el de ese Kinsdale, es todo lo que puedo pagar.
—Gracias, cariño, eres una mujer maravillosa.
Espero de verdad que encuentres a alguien que sepa apreciar toda esa magia que
hay en tu interior.
Me marcho de la tienda dándole vueltas a las
palabras de la anciana. Se ha puesto demasiado misteriosa, ¿No es cierto?
Vuelvo a mirar la bolsa de regalo en la que ha metido la bola de nieve y
sonrío. Creo que es el regalo perfecto para mi hermana y seguro que se
sorprende mucho al verme llegar a casa… porque nadie sabe aún que tengo
vacaciones hasta después de Navidad. Voy a disfrutar de lo lindo cuando mis
padres me vean aparecer de improviso por la puerta. Hablando de mis padres…
espero que este año no empiecen a agobiarme con buscarme una pareja…
CAPÍTULO 1
El aire fresco de Charlottesville llena mis
pulmones de una mezcla de olores navideños. Sonrío sin poder evitarlo: ya estoy
en casa. Parezco una niña pequeña mirando con entusiasmo las luces navideñas a
través de la ventanilla del taxi, lo sé, pero volver a esta pequeña ciudad me
hace sentirme de nuevo llena de vida. Me fui de aquí para perseguir un sueño,
pero cada vez estoy más convencida de que nunca se hará realidad. Y no quiero
volver a casa con el rabo entre las piernas, así que sigo en un trabajo que
detesto permitiendo que mi jefa me trate como si ella fuera un ser superior.
El taxi me deja justo en la puerta de casa y cojo
la pesada maleta para meterla en el interior, porque no creo que mi hermano
haya llegado aún a casa de trabajar. De repente, veo a una bestia asesina del
tamaño de un caballo venir hacia mí con la lengua fuera y me lanza las patas al
pecho dejándome despatarrada sobre la nieve del jardín delantero de mi casa. El
miedo del primer momento es sustituido por un asco insoportable cuando el
enorme gran danés marrón oscuro pasa su áspera y húmeda lengua por toda mi
cara.
—¡Quita, chucho! —exclamo intentando apartarlo—
¿Es que no tienes dueño?
—Le gustas mucho más tú —oigo una voz masculina
terriblemente sexy.
Aparto la enorme cabeza del perro para ver a un
increíble, alucinante y delicioso ser del sexo opuesto apoyado en una farola
observando divertido la escena. ¡Madre de Dios! ¿Cómo es posible que un hombre
esté tan sumamente bueno? Alto, fuerte, con una barbita muy bien recortada que
me encantaría probar… ¿Pero en qué demonios estoy pensando?
—¡Aparta, perro! —exclamo empujando sin éxito a
esa masa de carne perruna.
—Vamos, Demon,
deja en paz a Nora, que parece que hoy se ha levantado con el pie izquierdo.
—No soy Nora —protesto—, soy Zoe.
—Vaya… así que la gemela perdida ha decidido
volver al redil…
—¿Te importaría quitarme a tu chucho de encima de
una puñetera vez? —protesto.
—En realidad mi perro tiene pedigrí.
—Quí. Ta. Lo.
—Vamos, Demon,
parece que no le gustas a la señorita.
El perro se aparta de inmediato y el dueño me
ofrece la mano para ayudar a levantarme, pero la aparto de un manotazo. Bufo
intentando levantarme de la nieve, porque la acera está congelada y mis zapatos
no están hechos para andar por el hielo. Tengo el culo congelado, la ropa
empapada y encima se me ha roto el tacón de mis botas nuevas. Me dan ganas de
matar al perro y al dueño, lo juro.
—En vez de un perro tienes una bestia salvaje
—protesto.
—Mi perro está muy bien educado —contesta el
buenorro frunciendo el ceño.
—¡Sí! ¡Ya lo he visto!
—Solo te ha confundido con tu hermana, no seas tan
melodramática.
—¿Melodramática? Se ha cargado mis botas nuevas.
—Te las pagaré, no te preocupes, Grinch.
—¿¿Grinch??
¿¿Me has llamado Grinch?? ¡Me encanta
la Navidad, imbécil!
—Ya lo veo, ya… tu espíritu navideño es cojonudo.
—Tu educación sí que es cojonuda… como sea que te
llames.
Recojo mi
maleta y me encamino con paso decidido hasta mi casa con toda la dignidad que
me permite mi bota rota.
—¡Ya nos veremos, Grinch! —dice el bombonazo con una carcajada.
Le saco el dedo antes de cerrar la puerta de un
portazo.
—¡Mamá, papá, estoy en casa! —canturreo.
—¡Zoe! —exclama mi madre abrazándome— ¡Menuda
sorpresa tenerte en casa! ¿Cómo has conseguido que la bruja de tu jefa te deje
venir?
—Se ha ido de vacaciones con su nuevo novio
millonario, así que en teoría tengo que agradecérselo a él.
—En cualquier caso, me alegro mucho de que hayas
podido venir esta Navidad.
—Yo también, mamá. Echaba muchísimo de menos pasar
las vacaciones en familia.
Me vuelvo para ir a la cocina a llenarme una taza
de café sin acordarme del estropicio que son ahora mis pantalones blancos.
—¡Zoe! ¿Qué te ha pasado? —exclama mi madre— Estás
empapada…
—Ah, sí… un pero se me ha echado encima y me ha
tirado al suelo. Y el dueño en vez de apartarlo y regañarle se ha quedado ahí
parado riéndose de mí.
—¿Un perro?
—Un perro del tamaño de un caballo. No lo había visto
nunca por aquí, la verdad, pero al parecer conoce a Nora.
—Debe ser el perro de Ian, el vecino. Pero es muy
extraño… ese perro tiene una educación impecable.
—Así que el imbécil se llama Ian…
—Ian —contesta mi madre recalcando su nombre— se
mudó a la casa de al lado hace un año y es el mejor amigo de tu hermano.
—Dime que es una broma… —protesto.
—No, no lo es, y va a pasar las fiestas con
nosotros, así que te agradecería que fueras amable con él.
—¡Su perro me atacó!
—Algo le harías.
Si se me queda la boca más abierta terminaría con
la mandíbula desencajada. ¿Ahora resulta que yo soy la mala y Demon es el bueno? ¡Hay que joderse!
—Voy a deshacer la maleta y a darme un baño, que
me he quedado helada —digo para cambiar de conversación—. ¿Dónde está Nora?
—Ha salido a hacer las compras de Navidad con su
novio.
—¿Ahora tiene novio? —pregunto sorprendida— No me
había contado nada.
—Ha decidido por fin salir con Seth.
Ahora lo entiendo todo… Seth ha sido nuestro mejor
amigo desde que éramos niñas, y aunque mi hermana y yo somos prácticamente
idénticas siempre ha sentido debilidad por ella. Me he pasado gran parte de mi
adolescencia animándola a darle una oportunidad porque es un chico estupendo,
pero siempre me ha dicho que nunca podría enamorarse de él. Por eso no me ha
dicho nada, porque no quería escucharme decir “te lo dije”.
—Me alegro de que por fin haya abierto los ojos
—contesto—. Siempre he sabido que estaban hechos el uno para el otro.
Subo a mi antigua habitación y me dejo caer sobre
mi cama. Todo está igual que siempre: mi espejo cubierto de collares, el tablón
de corcho con las fotos de mis viajes y las postales, los trofeos de patinaje
en la estantería sobre el sifonier...
El viaje ha sido muy largo y estoy deseando darme
un buen baño y meterme bajo las sábanas, pero eso no podrá ser hasta después de
la cena. Me deshago de los pantalones y el suéter y me meto bajo el chorro del
agua caliente, que elimina todo rastro de baba canina, barro y nieve de mi
cuerpo junto con el frío. Tras liarme en una toalla subo la maleta sobre la
cama y empiezo a sacar mi ropa para guardarla en el armario.
Vuelvo la vista hacia la ventana… y veo a Ian
apoyado en el cristal de la suya mirándome con interés. ¿Qué demonios está
mirando? Me vuelvo para ver si mi habitación está hecha un desastre, pero al
mirarme en el espejo de cuerpo entero me acuerdo de que solo llevo puesta una
minúscula toalla. ¡Joder! Cierro las cortinas de un tirón y me apresuro a sacar
de la maleta unos vaqueros y un nuevo jersey. Voy a tener que decirle unas
palabritas a ese salido en cuanto me lo eche a la cara…
Cuando bajo a la cocina, mi madre está haciendo
galletas de Navidad, mis preferidas. Me encanta adornarlas con ella, algo que
jamás ha entusiasmado a mi hermana, por cierto.
—No decoraba galletas desde que me fui a Nueva
York —reconozco.
—¿Y eso por qué? Con lo que te gustan…
—Por falta de tiempo, la verdad. Terminé
comprándolas en una pastelería que hay cerca de mi casa. Están muy buenas, pero
no son lo mismo.
—¿Y no hay nadie que vaya a venir a pasa la
Navidad contigo?
—Tampoco tengo tiempo para eso —sonrío
avergonzada—. Mi trabajo me absorbe por completo aunque yo no quiera.
—Siempre puedes cambiar de trabajo, Zoe, eres una
gran diseñadora y tal vez…
—Déjalo estar, mamá. He llegado a la conclusión de
que tienes que nacer con estrella para triunfar en este negocio.
Veo a mi padre entrar en la habitación con una
enorme sonrisa y tras dejar el abrigo sobre una silla abre sus enormes brazos
para darme uno de sus achuchones de oso.
—¡Mi pequeña! —susurra— ¡Has venido!
—Hola, papá. Cuánto me alegro de estar en casa.
—Creíamos que este año tampoco podrías venir.
—Quería daros una sorpresa.
—Pues créeme, a mí me la has dado. ¿Hasta cuándo
te quedas?
—Tengo que volver al trabajo el veintiséis, así
que debo marcharme la noche de Navidad.
—No importa —dice mi madre cogiéndome la mano—. Al
menos comerás con nosotros.
Me entristece pensar en marcharme de casa. Ahora
que he vuelto me he dado cuenta de cuánto había echado de menos el calor de mi
familia, y eso que aún no he visto a mis hermanos…
En cuanto pienso en él, Mark llega a casa… seguido
de nuestro estúpido vecino.
—¡Me ha dicho Ian que habías vuelto y no quería
creérmelo! —dice mi hermano levantándome por los aires— ¡Qué bien que has
podido venir esta Navidad!
—Hueles tan bien como siempre, Mark —contesto
hundiendo la nariz en su cuello, como cuando era niña.
—Para ti siempre huelo bien, peque.
—Ya soy toda una mujer, ¿sabes?
—Lo sé, y una mujer muy guapa, por cierto. Creo
que voy a tener que mudarme a Nueva York para controlar a los tipejos que se
acerquen a ti…
Le golpeo en el hombro con una sonrisa, pero en el
fondo me encanta que quiera defenderme a toda costa. Mi hermano me deja en el
suelo y va a coger una galleta de la bandeja, dejándome a solas con Ian.
—Como vuelvas a espiarme por la ventana iré a tu
casa y te cortaré las canicas —amenazo.
—¿Canicas? —contesta él alzando las cejas.
—Sabes a lo que me refiero.
—Pelotas, Zoe. Se llaman pelotas.
—Las llamo como me da la gana.
—Siguen siendo pelotas. También puedes llamarlas
bolas, huevos, cojones… pero no canicas.
—¡Dios, eres el hombre más insoportable que he
conocido en mi vida!
Y el más guapo, y el más sexy, y el más… Céntrate,
Zoe, que ya vuelves a divagar.
—En el fondo te caigo bien, preciosa —dice
guiñándome un ojo.
—La verdad es que eres como un puñetero grano en
el culo.
Me alejo en dirección al comedor escuchando su
carcajada. ¿Cómo puede un hombre tan guapo ser tan imbécil? Mi hermano podría
haberse hecho amigo de alguien mejor…
—¡Vamos, no te enfades, era broma! —me pide
acercándose a mí.
—No me gustas, no me caes bien y dudo muchísimo
que lleguemos a ser amigos, así que ¿por qué no te ahorras tus estúpidas
bromas?
—Pues lo siento mucho por ti, porque vas a tener
que aguantarme durante todas las vacaciones.
—Te aseguro que voy a buscar excusas suficientes
para verte el pelo el mínimo posible.
—Lástima, porque tú a mí sí me gustas.
Me quedo mirándole evidentemente sorprendida, y él
aparta un mechón de pelo de mi cara.
—La verdad es que estabas condenadamente sexy con
esa toalla, Zoe —susurra—. Me han dado ganas de saltar hasta tu ventana para
quitártela.
Un escalofrío recorre mi cuerpo y casi me hace
gemir… casi. Busco una respuesta mordaz, pero antes de que un solo pensamiento
se forme en mi mente Ian se ha dado la vuelta para acercarse a mi hermano,
negándome la satisfacción de la réplica.
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