lunes, 7 de enero de 2019

Dulce castigo




Datos del libro


Fecha de publicación: 30 de diciembre de 2017
Nº páginas: 341
Editor: Independiente
Idioma: Español
ISBN-10: 1976721644
ISBN-13: 978-1976721649

Precio: 2'99€ digital/16'64€ papel





Sinopsis




     Elisabeth Hamilton estaba cansada de aguantar los reproches del duque de Sutherland debido a su comportamiento infantil del pasado. Por muy guapo que fuera, no tenía derecho a tratarla de aquella manera. Una noche, él la sorprendió con un beso que consiguió que le temblasen las rodillas. ¿Por qué lo había hecho si no la soportaba?

     Francis Levenson, duque de Sutherland, era incapaz de estar en la misma habitación que la caprichosa lady Hamilton más de unos cuantos minutos, pero por desgracia tenía que aguantarla bastante a menudo en la temporada social. Cuando la reina le mandó llamar a altas horas de la madrugada, jamás imaginó que sería para volver su vida del revés... con ella como protagonista.


Primeros capítulos


PRÓLOGO


                                                                                      

Escuela de señoritas de la señora Spencer
Richmond, noviembre de 1850

Lady Elisabeth Mary Hamilton, hija del conde de Norfolk, observaba con curiosidad al apuesto caballero que llevaba una semana viniendo de visita a la escuela. Cada día entraba con un presente bajo el brazo, y salía a pasear con Eleanor, una joven que llegó nueva ese mismo año, al jardín. ¿Sería su prometida? Beth les observaba entre los arbustos, intentando descubrirles en una situación embarazosa. No es que fuese a contárselo a alguien, pero le parecía excitante observar cómo una pareja de amantes se besaba a escondidas. Su vena curiosa siempre le había jugado malas pasadas, y en más de una ocasión había terminado castigada por ello, pero no podía evitar sentir curiosidad por todo lo que ocurría a su alrededor.
Ese día, el caballero en cuestión permanecía sentado en uno de los bancos de forja del jardín, esperando pacientemente a que su acompañante se dignase a aparecer. Beth no podía dejar de mirarle, le parecía tan apuesto que se quedaba sin aliento cada vez que le dedicaba una sonrisa cuando se cruzaban en el pasillo, pero jamás se había atrevido a dirigirle la palabra. Hasta ahora. Se alisó las faldas del vestido de lana que llevaba para combatir el frío e intentó eliminar cualquier brizna de hierba que pudiese haber quedado en ellas. Se acercó con paso lento al caballero, intentando aparentar cruzarse con él por pura curiosidad, pues tampoco quería ser demasiado atrevida. Cuando estuvo a su altura, él levantó la vista, cerrando un ojo para evitar que la luz del radiante sol de junio le dejase ciego, y sonrió.
—Buenas tardes, milord —dijo la joven sonriendo también—. ¿Está de visita?
—Así es, milady. Estoy esperando a mi hermana, Eleanor Levenson. ¿La conoce?
—No tengo el gusto, aunque la he visto alguna vez por los pasillos del colegio.
—Es una lástima, le hace falta una buena amiga. Acaba de llegar a esta escuela y se siente muy sola.
—¿Por eso la visita usted a diario? ¿Para hacerle compañía?
—¿Me ha estado espiando, milady? —preguntó él arqueando una ceja.
—¡Por supuesto que no! No recibimos demasiadas visitas en la escuela entre semana, eso es todo. Por cierto, es muy descortés no presentarse a una dama.
—Creo recordar que la dama en cuestión ha sido quien me ha abordado, y ha sido tan descortés como yo.
El caballero se levantó del banco e hizo una impecable reverencia.
—Soy el duque de Sutherland, milady. ¿Y usted es…
—Soy lady Elisabeth Hamilton, excelencia.
La joven ocupó asiento junto a él.
—¿Es usted el prometido de Ivette? —preguntó, consiguiendo sorprender al duque.
—¿Perdón?
—El conde de Blessington se llevó a su hija del colegio para casarla con un duque. ¿Es usted?
—Creo que se refiere a un buen amigo mío, el duque de Devonshire. Yo aún no estoy pensando en contraer matrimonio.
—Es una lástima que no sea usted. A la pobre van a casarla con un viejo solo porque su padre no ha sido capaz de conservar su fortuna.
—¿Viejo? ¿De dónde se ha sacado usted que Devonshire es viejo? El duque tiene mi misma edad, milady, así que no sé si sentirme ofendido ante esa afirmación.
—Usted no es viejo, y si Devonshire es como usted, por suerte para Ivette él tampoco lo es.
—¿De dónde han sacado ustedes dos tremenda ridiculez?
—Es lo que decían a todas horas las sirvientas, excelencia.
—Si la señorita Spencer la escuchara chismorrear con el servicio sobre el conde, la castigaría de cara a la pared.
—Yo no chismorreaba, simplemente las observaba en la distancia.
—Quiere decir que las espiaba, ¿no es así? Eso es aún peor que chismorrear.
—La señorita Spencer no se enterará de ello si usted no se lo cuenta, ¿verdad que no?
—Mmm… Así es, pero ¿qué gano yo a cambio?
—¿Cómo dice?
La cara de estupefacción de la joven estuvo a punto de hacer reír a Sutherland, pero logró contenerse. Se estaba divirtiendo enormemente tomándole el pelo, y aún faltaba un buen rato para que su hermana llegase.
—Si he de guardar un secreto de ese calibre, deseo algo a cambio.
—¡Pero no tengo dinero, señor! ¿Cómo iba a pagarle?
—Yo no he hablado de dinero.
—¿Entonces?
—Me conformo con un beso.
—¡Soy una dama decente! ¿Por quién me ha tomado?
—Vamos, un beso no puede hacerle daño a nadie.
—¡Es usted un atrevido!
—¿Yo? Ha sido usted quien se ha acercado a mí, sin mucho disimulo, por cierto, y me ha abordado descaradamente, milady.
—Confunde el descaro con la buena voluntad —protestó Beth ofendida—. Yo solo pretendía darle conversación hasta que apareciese su hermana. Se veía muy aburrido.
—Yo creo que lo que usted pretendía era flirtear conmigo.
—¡Yo no flirteo! ¡Y mucho menos con usted! —protestó Beth molesta.
—¡Oh, querida, sí que lo ha hecho!
—¡No sea engreído! Usted no es para nada mi tipo.
—Ah, ¿no? Y pensar que me consideraba bastante apuesto…
—Normalito… más bien del montón.
—Así que del montón.
El duque se acercó a ella y pasó el brazo por detrás de su espalda, sin tocarla, pero reduciendo peligrosamente el espacio que les separaba.
—¿Y por qué te late tan fuerte el pulso en el cuello, criatura? —susurró.
Pasó un dedo por la carótida de la mujer con parsimonia, satisfecho al recibir como recompensa un gemido quedo. Era una jovencita muy bonita, y le gustaba verla acalorada por sus bromas.
—Yo creo que te ha puesto nerviosa mi propuesta —prosiguió—. Es más, creo que estás deseando que te bese.
—Antes prefiero besar a una vaca —protestó Beth.
—¿A quién quieres hacérselo creer? ¿A mí, o a ti misma?
—Intente besarme, excelencia, y gritaré tan fuerte que Scotland Yard al completo vendrá a arrestarle por abusar de una dama.
—No… no lo harás, pequeña.
—¿Quiere usted apostar?
Una carcajada escapó de la garganta del duque, que le besó la punta de la nariz y se levantó del banco para hacerle una reverencia.
—No creo que esté preparado para seguir el camino de mi amigo hasta el altar, cariño, y si te beso y alguien nos sorprende, ese será mi destino.
—Debería ser la horca, malnacido —dijo ella entre dientes.
—¡Auch! —protestó el duque cerrando los ojos— Tienes el lenguaje digno de una ramera.
—Y usted los modales de un canalla.
—Eres demasiado impertinente para tu bien, niña. Deberías hacer más caso de las clases de decoro de la escuela.
—Es usted un… un…
—Tal vez sea hora de comentarle a la señorita Spencer tu comportamiento con uno de los pares del reino.
El gesto de terror que se instaló en el rostro de la joven fue gratificación suficiente para Sutherland, que sonrió con malicia.
—No… mejor me guardo el secreto. Tal vez me sirva en un futuro mucho mejor que ahora.
—Gracias, excelencia.
—Pero me debes un beso, pequeña, no lo olvides nunca.
Dicho esto, el duque de Sutherland se encaminó hasta la escuela silbando. Antes de entrar, se volvió de nuevo hacia ella y le lanzó un guiño acompañado de una sonrisa triunfal.
—Estúpido arrogante y engreído…


CAPÍTULO 1


Londres, enero de 1851

La presentación de las debutantes en la corte de la reina Victoria era el momento más importante para las jovencitas en su primera temporada social. Todas ellas se vestían con sus mejores galas y lucían sus más preciadas joyas para presentarse ante su majestad, que era la encargada de marcar la vida de la muchacha hasta el día de su muerte. De ella dependía que la joven terminase la temporada con un buen matrimonio o que su destino fuese trabajar como institutriz en casa de algún noble.
Las jóvenes damas esperaban pacientemente en la sala de pinturas de la reina, acompañadas de su madre o su mentora, hasta que llegaba su turno de comparecer ante Victoria. Era la última presentación de la temporada, y Beth esperaba su turno junto a su mejor amiga, Ivette, duquesa de Devonshire. Estaba aterrada, y la verdad es que no era para menos. Había enfurecido a la reina por haber puesto en peligro a los Duques de Devonshire, y no podía reprochárselo. Se había comportado como una niña malcriada por no querer ajustarse a las demandas de su padre. Había obligado a Ivette a acompañarla a Londres a sabiendas de que su amiga corría peligro, y no había querido atender a razones por más que todo el mundo intentase convencerla de ello. Pero no estaba dispuesta a que sus padres dictasen con quién debía pasar el resto de su vida. Ivette había tenido mucha suerte con el marido que había elegido su padre para ella, pero estuvo a punto de terminar casada con un viejo decrépito, y ella era incapaz de soportar semejante destino.
—¡Por Dios, Beth, deja de pasearte! —susurró en ese momento su amiga— Estás empezando a marearme.
—Lo siento, pero si la reina no nos hace pasar de una vez, voy a terminar mordiéndome las uñas de los nervios.
—Pues tendrás que esperar tu turno, como todas las demás —protestó Ivette, harta ya de su comportamiento infantil—. La reina no va a tener preferencias contigo porque seas mi amiga, mucho menos después de lo que me has hecho hacer.
—¡Lo siento! Pero no sabes lo que es…
—¡Claro que lo sé, Beth! —la cortó Ivette— Te recuerdo que no hace mucho tuve que casarme con un hombre elegido por mi padre, ¿recuerdas?
—Pero Stefan es apuesto, y bueno, y…
—¡Pero yo no sabía que iba a casarme con él! Creí que iba a casarme con un viejo.
—De todas formas, tú no tenías elección. Yo tenía la oportunidad de cambiar mi futuro.
—¡Te aseguro que no la tendrás si sigues comportándote como una niña malcriada!
Beth se sentó en su silla de damasco con los brazos cruzados, evitando una trifulca con su amiga. En ese momento, un hombre alto con levita entró en la sala, y buscó a Ivette con la mirada.
—Excelencia —dijo el criado con una reverencia—, su majestad ha ordenado que acompañe a la joven.
Todas las matronas presentes en la sala empezaron a cuchichear al ver el trato especial que se daba a la duquesa, pues la reina no permitía que las acompañantes entrasen con las debutantes, pero ella levantó la barbilla y siguió a Beth hasta la sala de la reina. Victoria estaba sentada en un enorme sillón, ataviada con un vestido de seda y brocado color champán. En cuanto su amiga y ella se acercaron, la reina instó a Ivette a sentarse a su lado, y dejó a Beth de pie frente a ella, a la espera de su castigo.
—Así que tú eres Beth —dijo la reina.
—Sí, majestad —contestó la muchacha sin levantar la vista.
Victoria se puso de pie y comenzó a dar vueltas alrededor de la joven.
—La caprichosa, mimada e imprudente Elizabeth Hamilton.
Las palabras de su monarca cayeron sobre ella como un yunque. Ivette era la duquesa predilecta de su majestad, y que una niña hubiese osado a ponerla en peligro debía haberla enfurecido sobremanera.
—Estoy muy enfadada contigo, querida —continuó Victoria—. ¿Sabes por qué?
—No, majestad.
—¿No? ¿Seguro? Mi duquesa te tenía por una jovencita inteligente, pero veo que estaba equivocada. Estoy enfadada porque has puesto en peligro a los duques de Devonshire. Estoy furiosa porque a pesar del enorme riesgo que han corrido por ti, no has tomado en cuenta a ningún pretendiente de los que ellos tan amablemente te han aconsejado, y por eso voy a castigarte.
—¿Cas… castigarme?
Beth empezó a temblar. Ya se veía colgando de una soga en la plaza de la ciudad, o encadenada para siempre en una fría celda. Las lágrimas atenazaban su garganta, pero se las tragó para no mostrar debilidad.
—Pensaba darte de plazo hasta esta noche para elegir un esposo, pero lo he pensado mejor. En vista de que no has sido capaz de tener la consideración de hacerlo hasta ahora, yo lo elegiré por ti.
La sentencia que más temía terminaba por cumplirse. Con su padre habría podido rogar, patalear, y habría tenido la oportunidad de que le retirasen el castigo. Pero contra un mandato real no había nada que ella pudiera hacer. Al menos esperaba que no la obligase a casarse con un viejo, como hicieron con Ivette.
—Ha llegado a mis oídos que sientes pavor por encontrarte en la misma situación que mi duquesa. Debe ser terrible sentirte impotente, sabiendo que vas a casarte con un viejo decrépito, ¿no es así?
Abrió los ojos como platos presa del terror. La reina se levantó de su silla y se acercó a ella de nuevo.
—Sí, puedo ver el miedo en tus ojos. Pero, por suerte, mis duques no han sufrido daño alguno, así que voy a ser benevolente contigo.
Se atrevió a levantar la vista lo suficiente como para ver que su amiga respiraba tan aliviada como ella.
—No voy a ser tan cruel como Blessington—prosiguió la reina—. No voy a casarte con alguien demasiado mayor, porque creo que algo así terminaría por consumirte.
—Gracias, majestad —susurró.
—No me las des, Beth. No sabrás quién es el elegido hasta que yo lo considere oportuno, ese será tu castigo. Mañana volverás con tus padres, que recibirán una misiva cuando sea el momento de prepararte para la boda.
—¡Por favor, majestad! ¡No voy a soportarlo! —protestó la joven.
—Así es, por eso pienso que será castigo suficiente para ti.
—Pero…
—¿Osas contradecirme?
La voz de la reina tronó por toda la habitación. Beth se encogió ante el pavor que sintió en ese momento, e Ivette dio un salto ante tan inesperado arranque de ira.
—No, por supuesto que no —susurró Beth—. Aceptaré su castigo, majestad.
—Eso pensaba. Y ahora alegra esa cara y márchate. Tengo que hablar con tu mentora.
Beth se alejó con paso cansado hasta la sala contigua, donde se dejó caer en un diván y rompió a llorar. ¿Por qué tenía que haber sido tan estúpida? Debería haber esperado a la próxima temporada, debería haber dejado las prisas a un lado y haber convencido a su padre para que la dejase elegir esposo al año siguiente, pero en vez de eso se había comportado como una estúpida.
Si no hubiese sentido celos de Ivette… Si no hubiese querido aspirar a conseguir un marido a la altura del duque de Devonshire, ahora estaría en Bath con su madre, cuidando a su abuela enferma, en vez de sentirse miserable y desgraciada.
Ivette salió en ese momento de la sala contigua, y Beth se lanzó a sus brazos sollozando.
—Lo siento, Beth —dijo su amiga acariciándole el cabello—. He intentado hablar con ella, pero no hay manera de hacerla cambiar de opinión.
—¡Yo no pretendía que todo terminase así, te lo prometo! Es solo que…
—¿Qué? Aún no puedo entender cómo te has podido comportar de una manera tan frívola. La Beth que yo conocía no se habría comportado así.
—Sentía celos de ti.
—¿De mí? ¿Por qué?
La sorpresa en la voz de su amiga casi la hace reír. No se daba cuenta de la suerte que tenía de tener un esposo como Stefan.
—El duque te trata siempre con tanto cariño y ternura… Quería que mi futuro esposo fuese como él.
—No existe ningún hombre como Stefan, Beth —contestó su amiga palmeándole la mano—. Si me lo hubieses dicho, nos habríamos ahorrado muchos quebraderos de cabeza.
—No quiero casarme con un hombre que no me valore.
—Cualquiera de los jóvenes que Stefan o yo te recomendamos te habría valorado. Deberías haberles tomado en consideración.
—Ahora ya no hay vuelta atrás, ¿no es cierto?
—Me temo que no. Ahora lo único que puedes hacer es mentalizarte de tu inminente boda con un desconocido, y rezar porque Victoria sea benevolente y te busque un buen marido. Y ahora sube a tu habitación a descansar un poco, esta noche debemos estar perfectas para la cena.
—No tengo ánimos para cenar con la reina —protestó Beth.
—¿Después de todo lo que ha pasado quieres contradecirla de nuevo?
—Claro que no, pero no voy a ser capaz de pegar ojo.
—Inténtalo al menos, por favor.
—Está bien, te haré caso. Me iré a mi habitación.
Beth se dejó caer en su cama en cuanto su sirvienta se deshizo del vestido que se había puesto para causar buena impresión a su majestad, y lloró lo que le parecieron horas. No podía dejar de darle vueltas en la cabeza al castigo de la reina. Aunque le había dicho que no la casaría con un anciano, estaba segura de que optaría por el hombre más feo de Inglaterra, así la haría aprender la lección.
No entendía por qué todo el mundo trataba a Ivette con tanto cuidado, como si fuese del más fino cristal de Bohemia y estuviese a punto de partirse en cualquier momento. Ella la conocía, sabía lo que había tenido que vivir en casa de los Blessington, y no podían alejarse más de la realidad, aunque quisieran. Ivette era la mujer más fuerte y valiente que había conocido en su vida, y la admiraba por ello, pero al parecer nadie más se había dado cuenta de ese detalle.
Cuando su amiga llegó a recogerla horas después para ir a cenar, no había conseguido pegar ojo y, por si fuera poco, tenía la cara enrojecida de tanto llorar. La cena de la reina fue tan suntuosa como cabía esperar. Desfilaron ante ellos más de una docena de platos, regados con burdeos y champán. Ivette permanecía sentada junto a la reina, y Beth junto a varias debutantes al otro lado de la mesa. Por fortuna disfrutó enormemente de la cena y la charla con las jóvenes, entre las que se encontraba Eleanor Levenson, la hermana del odioso duque de Sutherland, que las miraba por encima de su copa de vino desde su puesto junto al duque de Devonshire. Por fin sirvieron los postres: crema de almendras, la preferida de Ivette, que la miró sonriente llevándose una cucharada a la boca en cuando le pusieron el plato delante.
—¡¡Ivette, no!! —gritó la reina dando un manotazo a la cuchara.
Todo el mundo se quedó mudo en el acto. Victoria se llevó el tazón de Ivette a la nariz y aspiró profundamente antes de lanzarlo por los aires hasta hacerlo estallar contra la pared.
—Almendras amargas —sentenció.
Beth se quedó helada. ¡Habían intentado envenenar a su amiga! Stefan se levantó de su asiento y se acercó a abrazar a su mujer, que se había alejado de la mesa como si estuviese a punto de estallar, y temblaba visiblemente afectada. 
—¡¡En mi propia casa!! —gritó la reina— ¡¡Alguien se ha atrevido a envenenar a mi duquesa en mi propia casa!! Juro por Dios que averiguaré quién ha sido el responsable… ¡¡Y yo misma le pegaré un tiro!! ¡¡Fuera!! ¡¡Todo el mundo fuera de mi vista!!
Victoria acompañó a la duquesa a su alcoba dando órdenes a gritos, y Beth se dejó caer en una silla, temblando. ¡Había puesto a su amiga en peligro! Había creído que Stefan exageraba con la seguridad de Ivette, que ella realmente no corría peligro… ¡Y casi muere por su culpa! Rompió a llorar desconsolada, terriblemente asustada.
—¿Estás contenta? Ivette casi muere esta noche por tu culpa.
Beth levantó la cabeza para encontrarse con la fría mirada de reproche del duque de Sutherland.
—No creí que fuera para tanto. ¡Creí que todos exageraban!
—Eres una niña malcriada, y si de mí dependiese, te daría unos buenos azotes para que aprendieses.
El reproche del duque la hizo levantarse y limpiarse las lágrimas con furia.
—Pero no depende de ti, ¿no es cierto? —protestó Beth.
—No, pero creí que tu amiga te importaba. Ahora veo que solo te importas tú misma.  
—Ivy es mi mejor amiga, ¡y por supuesto que me importa!
—Se ha notado, lady Hamilton —contestó él con sorna.
—¿Sabe qué? Váyase al Infierno.
—Es a donde deberías ir tú por poner a Ivy en peligro.
—Ya me siento suficientemente culpable por mi cuenta de lo que ha ocurrido, no hace falta que eche más leña al fuego.
—Espero que la reina te dé tu merecido. Espero que te arrepientas toda tu vida de haberle pedido a Ivette que volviese a Londres.
Beth vio alejarse al duque en la misma dirección que habían tomado todos los demás, y salió a correr hasta la habitación de su amiga. Tenía que pedirle perdón, tenía que explicarle que ella no pretendía ponerla en peligro. La puerta de la habitación de Ivette estaba custodiada por un sirviente que le impidió el paso. Beth gritó, pataleó, hasta que Christopher, uno de los guardianes de su amiga, abrió la puerta y la hizo entrar con un gesto. Ella se dejó caer en el suelo junto a la cama, y cogiendo las manos de Ivette entre las suyas, rompió de nuevo a llorar.
—¡Dios mío, Ivy! ¡Por mi culpa casi mueres esta noche! ¡He sido una irresponsable! ¡No creía que la amenaza fuese tan real! ¿Podrás perdonarme?
—Levántate, Beth. Claro que te perdono, pero es cierto que has sido una irresponsable. Insoportable, además. He llegado a pensar que no te conocía en absoluto.
—Lo siento tanto… ¡Pero mi padre me dijo que si no conseguía marido por mi cuenta esta temporada me casaría con alguien de su elección!
—¡Ninguno de los pretendientes que te han cortejado era suficientemente bueno para ti! ¡No me extraña que tu padre te pusiese un ultimátum! ¿Te das cuenta de lo que has conseguido con tu capricho? Ahora tendrás que casarte con el hombre que elija la reina, y no podrás oponerte.
—Ya no me importa, lo que me importa es que casi mueres por mi culpa… y jamás me lo perdonaré.
—¡No digas bobadas! Estoy bien, ¿no es cierto? Ahora tienes que madurar, Beth, porque ningún caballero querrá por esposa a una odiosa malcriada.
—Me he convertido en una malcriada, ¿no es cierto? 
—Absolutamente. Hubo veces en las que me dieron ganas de estrangularte —dijo Ivy con una sonrisa.
—Deberías haberlo hecho. Quizás ahora no estarías en esa cama.
—Estoy en esta cama porque la reina ha insistido. Y ahora deberías marcharte, el doctor está a punto de llegar.
Beth salió del dormitorio de su amiga con un peso menos sobre sus hombros. A pesar de todo, Ivy la había perdonado, así que volvió a Bath como la reina le había ordenado, sin dejar de pensar en lo que le depararía el futuro ahora que todo estaba en manos de Victoria.

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