Datos del libro
Fecha de publicación: 29 de septiembre de 2015
Nº páginas: 171
Editor: IndependienteIdioma: Español
ISBN-10: 1517586917
ISBN-13: 978-1517586911
Sinopsis
Primeros capítulos
Primeros capítulos
PRÓLOGO
Hoy es uno de esos días en los que tengo el ánimo por los suelos. Aunque estamos a uno de Febrero, ya me está entrando el sentimentalismo que acompaña al día de los enamorados desde que tengo uso de razón.
Nunca he recibido un regalo en el día de San Valentín, pero el peor de todos mis “San Valentines” fue el del año pasado. Salía por tercera vez con John, un tipo nueve años mayor que yo. Sinceramente esta vez volví con él porque me transmitía seguridad, me sentía protegida con él, aunque realmente no me fiaba que fuese a durar. Pero ¡joder!, podría haberme dejado cualquier otro día, ¿no? Pues de eso nada. El señor decide ahorrarse el puñetero regalo de los enamorados y me deja el catorce de febrero por Whatsapp. ¿Se puede ser más cutre y rastrero? Así que decidí dejar de intentarlo, por fin me he rendido, prefiero estar sola y no sufrir por los hombres ni un día más.
Siempre he querido ser algo importante: cirujano al principio, bioquímico después, pero no pudo ser, pues mi familia no pudo pagarme los estudios, así que me puse a trabajar, y a mis treinta años soy la encargada de un supermercado. He recorrido todas las secciones del supermercado hasta llegar donde estoy.
Vivo con mi mejor amiga, Sophie, y su novio Kevin. ¿Que por qué vivo con una pareja? Hace algunos años Sophie y yo decidimos independizarnos de nuestros respectivos padres y vivir juntas. Ella trabaja en el mundo de la hostelería, es una cocinera maravillosa.
Aunque al principio empezó a cocinar en casa, con el paso del tiempo y el aumento de los clientes pudo abrir su propio catering en un local cercano y poco a poco va cogiendo fama y prestigio en la ciudad. La noche que salimos a celebrar la inauguración del nuevo local Sophie conoció a Kevin. Lo mejor fue la forma en que se conocieron. Acabábamos de llegar al local de moda y nos acercamos a la barra a pedir nuestras bebidas. Cuando íbamos abriéndonos paso hacia la pista de baile, Sophie tropezó con una pierna y cayó de bruces en el pecho de Kevin, derramándole todo el contenido de su vaso en la camisa. Tras pedirle perdón al menos trescientas veces le invitó a casa para arreglar el desaguisado, y allí lleva desde entonces. Sinceramente me alegro un montón de que estén juntos, Kevin es un hombre maravilloso y trata a Sophie con mucha dulzura, y envidio el brillo de sus ojos cuando se miran el uno al otro.
Pero cuando se acerca el maldito día de los enamorados me siento muy violenta estando en casa. Ellos no tienen la culpa, pobres, pero al verlos tan enamorados, tan devotos el uno por el otro, me deprimo. Si no tuviese que trabajar juro que no saldría de debajo de las mantas en todo el día, pero por desgracia toca trabajar, así que intentaré llevarlo lo mejor que pueda.
Mi aversión por San Valentín no viene del año pasado, ni mucho menos, viene de los tiempos del instituto, en los que todas las chicas de clase recibían alguna que otra flor menos yo. No soy fea, al menos yo no lo creo, pero sí que tengo unos pocos kilos de más. En el instituto eran mucho más que unos pocos, pero conseguí dejar algo así como la mitad en el camino.
He tenido una vida sentimental parecida a una montaña rusa, con sus idas y venidas, con sus momentos de amor absoluto y otros de locura transitoria. Pero ahora estoy en un punto en el que lo que quiero es algo estable, serio, que me lleve a alguna parte, y para mi desgracia los tíos que se acercan a mí no buscan lo mismo.
Por eso tiré la toalla. No estoy de humor para polvos ocasionales, para eso tengo a Damon, mi consolador, que no me da dolores de cabeza, no me deja frustrada como la inmensa mayoría de los hombres, y lo único que tengo que hacer por él es lavarlo y cambiarle las pilas.
Suplo mi falta de cariño masculino devorando novelas románticas. Me vuelven loca las historias de highlanders de los tiempos de los clanes escoceses, historias que me han despertado la curiosidad por Escocia. No... No por sus hombres, todas sabemos que los príncipes perfectos de las novelas no existen. Lo que me atrae son los paisajes, las costumbres, la cultura escocesa. Pronto viajaré a este maravilloso país a admirar los prados verdes que rodean el Lago Ness, el maravilloso castillo de Inverness, o las calles de Edimburgo.
Suspiro resignada a seguir haciendo el pedido de la tienda, que es sábado y solo me queda un pequeño tirón hasta las nueve, porque hoy me toca cerrar de noche. Tampoco iba a ir a ninguna parte, pero me gustaría estar acurrucada en mi sillón con una taza de chocolate caliente leyendo la última novela que me ha llegado.
Cuando llega la hora de cerrar, todos recogen deprisa para irse pronto a casa. La verdad es que no tengo ningún ánimo de llegar para ver a los dos tortolitos haciéndose arrumacos, pero no me apetece sentarme sola en un bar a tomarme una cerveza, así que decido encerrarme en mi cuarto cuando llegue, ya me inventaré algo para darle esquinazo a Sophie.
En cuanto me subo a mi coche, pongo música relajante y empiezo a conducir para llegar a casa. Subo los escalones de dos en dos, entro en el apartamento y me encierro en mi habitación. Gracias a Dios tenemos baño incorporado en ambas habitaciones, así que me lleno la bañera, vierto un buen puñado de sales al agua y me dispongo a arrugarme como una pasa. Está tal como a mí me gusta, caliente hasta el límite, ese momento en el que te quemas cuando entras en el agua, pero poco a poco el cuerpo se acostumbra y solo sientes el placer del agua calentándote por fuera y relajándote por dentro.
Cuando salgo del baño, un buen rato después, me percato de que sobre mi escritorio tengo uno de los envases del catering, y sonrío casi sin darme cuenta, pues Sophie me conoce lo suficiente como para saber mi estado de ánimo de las próximas dos semanas. Gimo cuando veo que se trata de mi plato preferido: lasaña. Ceno y me arrebujo bajo las mantas con mi nueva novela, pero apenas puedo leer un par de páginas. El cansancio me vence, y en poco menos de media hora estoy dormida como un tronco.
CAPÍTULO 1
Sophie y Kevin ya están sentados en la mesa, dedicándose sus acostumbrados arrumacos, y a mí se me tuerce el gesto de pensar que en unos días les odiaré con todas mis fuerzas... dentro del amor que les tengo, claro.
—Buenos días. Sabéis que dais asco, ¿verdad? —les digo con una sonrisa.
—Envidiosa —responde Kevin abriendo los brazos—, ven aquí y te achucho también a ti.
—Déjate... que no quiero morir a manos de tu mujer.
—Si yo se que a ti lo que te gusta es que te abrace yo —bromea mi amiga dándome un abrazo.
—Siento decepcionarte, Sophie... la verdad es que prefiero un abrazo de tu musculoso machote... pero me conformaré con un café.
Tras una carcajada Kevin me sirve el café tal y como a mí me gusta: suave, con dos cucharadas de azúcar. Me lo bebo en un par de sorbos y me voy al trabajo.
La mañana es bastante tranquila, pero a las doce, cuando la cajera debe irse al médico, me pongo a cobrar. La caja es la sección del supermercado que más me gusta, aunque mi humor no está demasiado bien como para aguantar a las viejecitas con sus achaques. Les sonrío amablemente, pero poco más.
Cuando estoy a punto de terminar mi jornada, el último cliente al que atiendo me deja sin respiración. Tengo delante de mí al hombre más guapo, atractivo, sensual, peligroso y delicioso que he visto en mi vida. Es muy alto —tengo que levantar bastante la cabeza para mirarlo a la cara y yo mido 1'70—, ancho de espalda, y bajo la chaqueta se dibujan unos bíceps muy bien definidos; tiene el pelo castaño y lo lleva corto, aunque algunos mechones le caen traviesos por su frente, y sus ojos... ¡Madre de Dios que ojos! Los tiene de un gris tan claro que parece que sean de cristal. Pero es esa sonrisa sexy de medio lado la que me deja con la boca completamente abierta.
—Envidiosa —responde Kevin abriendo los brazos—, ven aquí y te achucho también a ti.
—Déjate... que no quiero morir a manos de tu mujer.
—Si yo se que a ti lo que te gusta es que te abrace yo —bromea mi amiga dándome un abrazo.
—Siento decepcionarte, Sophie... la verdad es que prefiero un abrazo de tu musculoso machote... pero me conformaré con un café.
Tras una carcajada Kevin me sirve el café tal y como a mí me gusta: suave, con dos cucharadas de azúcar. Me lo bebo en un par de sorbos y me voy al trabajo.
La mañana es bastante tranquila, pero a las doce, cuando la cajera debe irse al médico, me pongo a cobrar. La caja es la sección del supermercado que más me gusta, aunque mi humor no está demasiado bien como para aguantar a las viejecitas con sus achaques. Les sonrío amablemente, pero poco más.
Cuando estoy a punto de terminar mi jornada, el último cliente al que atiendo me deja sin respiración. Tengo delante de mí al hombre más guapo, atractivo, sensual, peligroso y delicioso que he visto en mi vida. Es muy alto —tengo que levantar bastante la cabeza para mirarlo a la cara y yo mido 1'70—, ancho de espalda, y bajo la chaqueta se dibujan unos bíceps muy bien definidos; tiene el pelo castaño y lo lleva corto, aunque algunos mechones le caen traviesos por su frente, y sus ojos... ¡Madre de Dios que ojos! Los tiene de un gris tan claro que parece que sean de cristal. Pero es esa sonrisa sexy de medio lado la que me deja con la boca completamente abierta.
Le devuelvo la sonrisa y termino con su cuenta. Me pone nerviosa, no deja de mirarme como si quisiera devorarme, y las cosas se me caen constantemente de las manos.
—Pareces nerviosa —comenta.
Y si su aspecto es impresionante, su voz me deja sin resuello. Profunda, vibrante... y muy sexy. Sonrío mirándole a la cara sin dejar de pasar los artículos.
—Solo cansada —le digo—. Estoy a punto de terminar mi turno, y el cansancio se deja ver.
—Deberías descansar más —contesta con otra sonrisa.
—En cuanto llegue a casa me voy a meter en la cama.
Él se ríe y, tras pagarme, coge sus cosas y se va. Y yo me quedo mirando a la puerta con cara de tonta unos segundos. Creía que ese tipo de hombres solo existían en las películas.
Cuando salgo de trabajar vuelvo a casa. Me doy un baño relajante y me preparo una sopa y una tortilla. Almuerzo viendo mi serie favorita de televisión, pero mi cabeza no deja de pasearse por el rostro del desconocido. El resto del día pasa tranquilo, y me voy a la cama para soñar con el misterioso de ojos grises.
El resto de la semana pasa como de costumbre, pero con una diferencia importante: el chico misterioso vuelve cada día. A veces compra algo, otras veces solo se limita a dar vueltas por los pasillos mirando las estanterías, pero mis compañeras dicen que es todo una excusa para verme.
Yo no creo que sea eso, la verdad, pero espero ansiosa esos encuentros. Sé que no voy a tener nada con él, es un tío perfecto que no se va a fijar en alguien como yo, pero me alegra el día cuando le veo acercarse a mí con paso decidido.
A veces cruzamos solo un “Buenos días”, otras veces nos tiramos un buen rato simplemente mirándonos. No sé nada de él, y ese misterio le hace parecer aún más atractivo si cabe.
Hoy viene imponente: lleva unos vaqueros negros que se pegan a sus musculosas piernas a la perfección, y una camiseta blanca un poco hippie.
Se acerca disimuladamente al pasillo donde estoy haciendo el pedido, y se queda ahí, mirándome de reojo, durante un buen rato. Mis nervios consiguen que mis manos se vuelvan de gelatina, y casi tiro media estantería por mi torpeza.
Él solo sonríe, se da la vuelta y se va. Es como si estuviera observándome para percatarse de lo torpe que soy, y cuando lo consigue se aleja sonriente. Y al darme cuenta de ello me pongo de muy mal humor.
Pero de pronto el desconocido no vuelve. Ha desaparecido de la faz de la tierra tal y como llegó, y me enfado conmigo misma al darme cuenta de que ansío sus visitas, de que necesito que venga a diario.
Quizás fui un entretenimiento pasajero, o quizás le asusté de alguna manera... lo único cierto es que el misterioso de ojos grises ha desaparecido de mi vida.
—Pareces nerviosa —comenta.
Y si su aspecto es impresionante, su voz me deja sin resuello. Profunda, vibrante... y muy sexy. Sonrío mirándole a la cara sin dejar de pasar los artículos.
—Solo cansada —le digo—. Estoy a punto de terminar mi turno, y el cansancio se deja ver.
—Deberías descansar más —contesta con otra sonrisa.
—En cuanto llegue a casa me voy a meter en la cama.
Él se ríe y, tras pagarme, coge sus cosas y se va. Y yo me quedo mirando a la puerta con cara de tonta unos segundos. Creía que ese tipo de hombres solo existían en las películas.
Cuando salgo de trabajar vuelvo a casa. Me doy un baño relajante y me preparo una sopa y una tortilla. Almuerzo viendo mi serie favorita de televisión, pero mi cabeza no deja de pasearse por el rostro del desconocido. El resto del día pasa tranquilo, y me voy a la cama para soñar con el misterioso de ojos grises.
El resto de la semana pasa como de costumbre, pero con una diferencia importante: el chico misterioso vuelve cada día. A veces compra algo, otras veces solo se limita a dar vueltas por los pasillos mirando las estanterías, pero mis compañeras dicen que es todo una excusa para verme.
Yo no creo que sea eso, la verdad, pero espero ansiosa esos encuentros. Sé que no voy a tener nada con él, es un tío perfecto que no se va a fijar en alguien como yo, pero me alegra el día cuando le veo acercarse a mí con paso decidido.
A veces cruzamos solo un “Buenos días”, otras veces nos tiramos un buen rato simplemente mirándonos. No sé nada de él, y ese misterio le hace parecer aún más atractivo si cabe.
Hoy viene imponente: lleva unos vaqueros negros que se pegan a sus musculosas piernas a la perfección, y una camiseta blanca un poco hippie.
Se acerca disimuladamente al pasillo donde estoy haciendo el pedido, y se queda ahí, mirándome de reojo, durante un buen rato. Mis nervios consiguen que mis manos se vuelvan de gelatina, y casi tiro media estantería por mi torpeza.
Él solo sonríe, se da la vuelta y se va. Es como si estuviera observándome para percatarse de lo torpe que soy, y cuando lo consigue se aleja sonriente. Y al darme cuenta de ello me pongo de muy mal humor.
Pero de pronto el desconocido no vuelve. Ha desaparecido de la faz de la tierra tal y como llegó, y me enfado conmigo misma al darme cuenta de que ansío sus visitas, de que necesito que venga a diario.
Quizás fui un entretenimiento pasajero, o quizás le asusté de alguna manera... lo único cierto es que el misterioso de ojos grises ha desaparecido de mi vida.
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