lunes, 7 de enero de 2019

El eco de la esperanza




Datos del libro


Fecha de publicación: 1 de julio de 2015
Nº páginas: 202
Editor: Independiente
Idioma: Español
ISBN-10: 1514792990
ISBN-13: 978-1514792995
Precio: 1'99€ digital/10'40€ papel
        


Sinopsis


     Alex es un hombre al que lo único que le preocupa es sacar  adelante  a su hijo, hasta que Elena se cruza en su camino. A partir  de ese  momento sus preocupaciones crecen, ya que tiene que mantenerla a  salvo de su oscuro mundo mientras lucha contra la  atracción que  surge entre ellos. ¿Será capaz de salvarla para  descubrir lo que  pueden tener juntos o su esperanza se convertirá  en un eco de sus  deseos?


Primeros capítulos


PRÓLOGO


     Alex Llorens volvía a casa después de una noche de juerga. Acababa de dejar a sus amigos en casa y solo quedaba Luismi, su mejor amigo, que vivía a veinte metros escasos de él.
     Llegaron a su calle, pero no había ni un solo hueco donde aparcar el coche. “Perfecto” —pensó—, “ahora me toca dar vueltas buscando aparcamiento, y mañana a las siete en pie”.
     Debería haberse quedado en casa, pero sus amigos le hablaron de un nuevo local en el que ponían música disco y necesitaban un DJ. Tenía que probar suerte, el trabajo actual se le terminaba al día siguiente y necesitaba encontrar lo que fuera para poder alimentar a su hijo. Gracias a sus habilidades con el ordenador el dueño del local le contrató para que empezara a trabajar en septiembre.
     Encontró aparcamiento a unos cien metros de su casa, y aparcó allí porque prefería andar un poco y poder dormir aunque fuese un par de horas a estar dando vueltas cerca de su casa, donde era casi imposible aparcar a la primera. En la esquina se separó de Luismi y se dirigió con paso cansado a su casa.
     Sintió que alguien le seguía. Se dio la vuelta, pero no vio a nadie. “Tío, del sueño ya alucinas” —pensó. De repente, una figura descendió flotando delante de él. Tenía el pelo blanco, que le llegaba casi a los tobillos, recogido en una sencilla coleta que dejaba entrever un par de entradas bastante prominentes. Era alto, al menos metro noventa, y de figura delgada y angulosa.
     Tenía un tatuaje en el lado izquierdo de su cuello, una especie de L rodeada de ramas. Sus ojos eran completamente rojos, a excepción de la pupila, que era negra como la noche, pero lo que le horrorizó fue el par de colmillos puntiagudos que sobresalían de sus labios carnosos.
     —Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? Un delicioso humano… Mmm… me vienes de perlas, porque me muero de hambre.
     —¿Quién demonios eres tú? —preguntó Alex aparentando el valor que no tenía.
     —Querido, no disimules, puedo oler tu miedo. Y no me insultes… No soy un demonio, sino un vampiro.
     —¡Los vampiros no existen!
     —Sigue convenciéndote a ti mismo de ello mientras te chupo la sangre.
     Alex salió a correr en dirección contraria sin tan siquiera mirar atrás. Corrió un buen rato como alma que lleva el diablo, aunque apenas le quedaban fuerzas. Miró hacia atrás, pero el tipo ya no estaba donde lo había dejado, así que se paró en seco e intentó coger aire a grandes bocanadas, pero cuando levantó la vista vio al monstruo a escasos milímetros de su boca.
     —Gracias, así me será más fácil alimentarme —dispuso el vampiro con una sonrisa malévola.
     Le clavó los colmillos en el cuello. Y Alex gritó. Gritó con todas sus fuerzas con la esperanza de que alguien le oyese. La vena aorta le latía muy fuerte debido a la carrera y el vampiro apenas tenía que hacer esfuerzos para desangrarle. Vio toda su vida pasar delante de sus ojos como si fuera una película.
     Casi no tenía fuerzas para seguir luchando, su único pensamiento en ese momento era su hijo pequeño. No volvería a ver su sonrisa, ni sus juegos, ni su carita cuando le regañaba, no podría volver a besarle, a abrazarle y decirle que todo iba a salir bien.
     De repente el monstruo se quedó inmóvil, alguien le quitó de encima el cuerpo inerte del vampiro, que se desintegró poco a poco. Vio a Luismi parado en mitad de la calle con un palo agarrado con ambas manos, cubierto de sangre y los ojos desencajados.
     —¿Qué… qué demonios era eso? —preguntó sin quitar su mirada aterrada del vampiro.
     —Vampi… vampiro —musitó justo antes de perder el conocimiento.
     Se despertó unos minutos después debido al enorme dolor que sentía en todo el cuerpo. Parecía que le habían prendido fuego en cada una de las venas y arterias que lo recorrían, y empezó a gritar desesperado. Sus músculos empezaron a estirarse y retorcerse por sí solos y sus huesos parecían rotos en mil pedazos. Entre la niebla del dolor vio a Luismi, que le aplicaba paños de agua helada por todo el cuerpo.
     Cuando creía que moriría del dolor, todo terminó y volvió a desmayarse. Se despertó varias horas después muerto de sed, pero no de agua… sentía una horrible sed de sangre.


CAPÍTULO 1



     Elena Benavent era escritora. Acababa de conseguir que una editorial de renombre le publicase su primera novela, que escribió como desahogo tras su desastrosa separación. La verdad es que aún no sabía el éxito que estaba teniendo, pero sus novelas se vendían como rosquillas a lo alto y ancho del país.
     Se encontraba en el mejor momento de su vida hasta la fecha. A pesar de vivir en casa de su madre, se sentía plenamente satisfecha. Su mayor sueño estaba a punto de hacerse realidad y tenía amigos que le demostraban cada día que había elegido bien. Lo único que le faltaba era un buen hombre a su lado, pero después de varios desengaños había decidido no pensar en relaciones en un buen tiempo.
     La mayor de todas, y la que quizás le hacía huir de las relaciones, fue su matrimonio. Durante el noviazgo todo fue un cuento de hadas, pero al casarse con el supuesto hombre de su vida empezó la pesadilla. Su ex marido era capaz de beberse quince litros de cerveza diarios, y a eso había que añadirle el maltrato psicológico y las infidelidades.
     Elena había vivido un infierno con ese hombre, y aún se despertaba en mitad de la noche envuelta en pesadillas por su culpa. Sus amigas se fueron alejando de ella, y cuando se separó descubrió que su maridito se había dedicado a tirarles los trastos a todas ellas a sus espaldas.
     La verdad es que hubiese preferido que sus amigas se sincerasen con ella en vez de alejarse, pero como ellas mismas le dijeron, tenía que darse cuenta por ella misma de la clase de escoria que era su marido.
     Duró cinco meses casada, al sexto recogió sus cosas y volvió a casa de su madre, pidió el divorcio, y hacía ya año y medio que nada la vinculaba a ese individuo. Tuvo que hacer amistades nuevas y recuperar a las antiguas, porque por culpa de su ex había descuidado a sus amigos de toda la vida. Por suerte, ahora se encontraba rodeada de pocas personas, pero cada una de ellas le aportaba un pedacito de felicidad.
     Esa noche había decidido salir con sus amigos a una discoteca en la que nunca habían estado. Llevaba mucho tiempo inmersa en escribir su novela, y apenas había pisado la calle en todo ese tiempo.
     Cuando entró se quedó maravillada. Parecía estar en una biblioteca antigua, una de las salas preferidas de Elena. La discoteca estaba decorada con hileras de libros en estanterías que llegaban desde el suelo al techo, y en el centro de la misma un balcón semicircular dejaba a la vista un globo terráqueo de gran tamaño.
     A ambos lados de la puerta se extendían un par de barras con dos camareros cada una, y a su derecha había una escalera que subía a la planta superior, cubierta de mesas con sillas, suponía que para el café de la tarde.
     Se acercaron a la barra de la izquierda a pedir las bebidas. Ella no bebía alcohol, por lo que se pidió una Coca Cola, se dio la vuelta y echó una ojeada al local, aunque no había nadie interesante.
     —¡Vamos, Elena! No te quedes ahí sujetando la barra y muévete un poco. Hemos venido a bailar, no a hacer de mueble —le espetó su amigo Fernando.
     —Voy, voy… Déjame, que me estoy poniendo en situación. Hace mucho que no salgo —respondió la muchacha apoyándose en la barra.
     —No digas tonterías, suelta el vaso y menea el esqueleto —dijo su amigo tirando de sus manos.
     —Pero mira que eres plasta… baila tú que ya bailaré yo. No me metas prisa, que tenemos toda la noche.
     —Elena, por favor... —suplicó Fernán poniendo pucheros.
     —Está bien, está bien… pero que conste que lo hago solo por ti.
     Elena se puso a bailar con él. La verdad es que Fernán siempre era capaz de sacarle una sonrisa, no hacía mucho que se conocían, pero le había tomado mucho cariño. Se conocieron gracias a una amiga en común, Ana, que en ese momento bailaba con un chico alto y moreno que no estaba nada mal.
     Sonó una de sus canciones de salsa favoritas, y Fernán no dudó ni un momento en ponerse a bailar con ella. En uno de los giros, fijó la vista en la puerta de la discoteca. Y entonces lo vio y se quedó paralizada.
     —Cariño, no es gran cosa —señaló Fernán en ese momento cogiéndola de las manos y haciendo que volviese al baile— He estado con tipos mejores.
     —Eso lo dices porque no es gay, si no, estarías babeando —le contestó Elena intentando disimular, pero girando la cabeza para verle.
     —Eso es cierto, desprende heterosexualidad por todos los poros de su cuerpo. Qué lástima.
     —Eso será para ti… para nosotras está de fábula —gorgeó Elena sonriendo.
     El hombre en cuestión era normalito, pero muy atractivo. Iba vestido con unos pantalones vaqueros, una camisa negra y una chaqueta del mismo color. Su cuello estaba adornado por una sencilla cadena de oro de la que colgaba una medalla.
     Era alto, cerca del metro ochenta, y tendría alrededor de los treinta, se notaba que era un hombre, no un crío. Sus ojos eran del azul más intenso y cristalino que Elena había visto en su vida, su pelo, castaño y rizado, lo llevaba muy cortito, y una barba de varios días adornaba su cara, pero lo que dejó a Elena paralizada fue su sonrisa. Al reírse le salían unos hoyuelos muy sexys, y sus dientes blancos resaltaban en la penumbra del local.
     Se acercó a la barra por donde estaba ella. Sin querer la rozó con el brazo, y un millón de pequeñas descargas eléctricas recorrieron su cuerpo. Pidió un refresco, y su voz recorrió la columna vertebral de Elena. Era una de esas voces que podría tirarse toda la vida escuchando: armoniosa, seductora, aniñada y a la vez viril…
     —Oye, ¿has visto a ese? Está buenísimo —le musitó en ese momento Cris, la benjamina del grupo, al oído.
     —Olvídate, enana, es demasiado viejo para ti —le contestó Elena sonriendo.
     —Quizás, pero para ti no —le replicó Cris con burla.
     —A mí déjame de historias que estoy muy bien sola.
     —Eres tonta, tía. Podrías tener a quien quisieses y sigues a pan y agua.
     —Cris, estoy muy bien tal y como estoy. No necesito que un hombre venga a amargarme la vida.
     —Han pasado ya casi dos años desde tu divorcio, ¿no crees que ya está bien? No todos los hombres son iguales.
     —Estoy sola porque ahora mismo mi principal preocupación es la novela. Solo y exclusivamente por eso. No tiene nada que ver con mi divorcio.
     —Ya, ya, ya… lo que tú digas —se burló Cris.
     —Déjate de historias y ponte a bailar con ese chico, que te está poniendo ojitos de cordero degollado —agregó Elena señalando a un joven que no paraba de bailar y tontear al lado de su amiga.
     —¿Tú crees? —preguntó Cris toda ilusionada.
     —Compruébalo tú misma. Solo tienes que sonreírle un poco y caerá rendido en tus brazos.
     Continuaron bailando, pero Elena no podía quitarle los ojos de encima al desconocido. Hacía mucho tiempo que un hombre no le llamaba la atención, pero lo curioso es que este no se parecía en nada al tipo de hombre en el que ella se fijaba. Este tipo era buena persona, algo en su interior se lo decía, quizás fuese su mirada, o esa cara de niño bueno… o quizás su manera de comportarse. Siguió bailando al ritmo de la música sin perderle un segundo de vista.
     Lo que la muchacha no sabía es que él tampoco se había quedado indiferente al verla. En cuanto Alex entró por la puerta lo primero que ocupó su campo de visión fue una muchacha morena, bastante alta y muy guapa. Estaba bailando con un joven, y sus carcajadas mientras daba vueltas atrajeron su atención.
     Era interesante. A pesar de intentarlo, no podía evitar desviar la vista hacia ella cada dos por tres, pero él no podía permitirse el lujo de fijarse en ninguna mujer. Salió a fumarse un cigarro, quizás eso le calmara sus hormonas revolucionadas.
     Elena se apoyó en la barra derrotada, los zapatos estaban acabando con ella. Miró a sus amigos uno por uno. Cris estaba tonteando con el muchacho de antes, Raúl hablaba con un amigo suyo apoyado en la pared, Ana y Sandra jugaban a la ruleta, y Fernán se les estaba acercando para unirse.
De buena gana se hubiese ido a casa, pero no podía hacerles ese feo a sus amigos. Habían salido por ella. La habían visto tan ensimismada en su mundo que habían querido sacarla a despejarse, pero ella de lo que realmente tenía ganas era de sentarse en el sofá a ver una película romántica a oscuras, si era en buena compañía, mejor.
     Volvió a desviar la vista hacia donde antes se encontraba el desconocido. Estaba apoyado despreocupadamente en la barra sin prestarle atención a nada mientras su amigo hablaba con un par de mujeres.
     Le llamó la atención que no le prestase atención a ninguna de las chicas, pues eran preciosas, tenían cuerpos esculturales, y de cara eran dos barbies en toda regla. Pero él la estaba mirando a ella. Empezó a sentirse incómoda y se dio la vuelta para evitar el escrutinio.
     
     Alex estaba apoyado en la barra del local aparentando indiferencia. No sabía qué hacía allí, de no ser porque Luismi le insistió, no habría salido esa noche, estaba cansado y no le apetecía nada esquivar veinteañeras en celo.
     —Esto está hoy lleno de tías —se relamió Luismi—, hoy seguro que pillamos.
     —Mira que eres pesado, tío, liga tú y a mí me dejas tranquilo. A la tía que se me acerque la muerdo.
     —Venga ya! No vas a morder a nadie. No harías daño ni a una mosca.
     —Como sigas dando el coñazo a quien voy a morder va a ser a ti.
     —Ni en tu época de transición me mordiste, tío.
     —Eso puede cambiar en cualquier momento.
     Hacía ya tres años que se había convertido en vampiro, una conversión terriblemente dolorosa. Empezó a sentir cómo sus venas ardían y sus músculos se retorcían en respuesta, sus ojos se convirtieron en dos rendijas de color amarillo, su oído se agudizó, se hizo mucho más fuerte, y cuando creía que sería mejor morir que seguir luchando contra el monstruo que nacía en su interior, todo acabó.
     Jamás se alimentaría de nadie, iba contra sus principios. Se mantenía a base de sangre embolsada que Luismi le proporcionaba. Tenía un amigo en el Banco de Transfusión Sanguínea y manipulaban las bases de datos para que nunca le faltase la comida en la nevera.
     Con una bolsa al día era más que suficiente para calmar su sangre infectada. Se alimentaba a base de carne poco hecha, frutas y verduras, y podía vivir de manera normal, pues, aunque el sol quemaba su piel mucho más rápido que a los humanos, no lo aniquilaba como contaban las leyendas.
Pero no siempre había sido tan fácil. En los primeros meses, la sed de sangre le había llevado al límite en más de una ocasión. Se aisló del mundo porque solo oír el correr de la sangre por las venas de cualquiera que estuviese cerca servía para que sus colmillos hiciesen su aparición y la sed le retumbase en los oídos.
     Solo Luismi se había atrevido a acercarse a él. Su mejor amigo tenía más fe en su moral que él mismo, y gracias a eso ahora Alex se alimentaba de bolsas y había aprendido a controlarse.
     Estaba cansado de su vida. Había veces en las que pensaba que hubiese sido mejor morir en manos del vampiro que esto, pero poco después recuperaba la cordura. Tenía un hijo al que adoraba y al que tenía que cuidar, un hijo que le daba fuerzas cada mañana para seguir adelante, la única alegría que tenía en ese momento en su vida. Y quizás el destino le tenía preparado algún trabajito en el futuro…
     Desvió de nuevo la vista hacia la mujer que bailaba a escasos centímetros de donde él se encontraba. Tenía algo que le atraía, quizás fuesen sus pechos prominentes, o quizás lo único que le pasaba era que llevaba demasiado tiempo sin sexo.
     La muchacha se fijó en él, lo sabía, su sangre vampírica tenía ese efecto en las mujeres, era una especie de atrayente. El resto de los de su especie lo utilizaban para alimentarse, pero para él solo era un incordio.
     La joven se puso a su lado con la intención de pedir una copa y le sonrió cuando él se echó a un lado para dejarle espacio. Le devolvió la sonrisa en un acto reflejo. Llevaba tres años sin estar con ninguna mujer porque no quería correr el riesgo de matarla mientras tenía un orgasmo, y no pensaba cambiar eso ahora.
     A la camarera no le hicieron ni chispa de gracia aquellas sonrisas cómplices, porque por más que la llamaba la muchacha no se acercaba a ponerle la bebida. A Alex le dio un poco de pena, así que saltó la barra y se apoyó delante de ella.
     —Y bien, preciosa. En vista de que aquella payasa no te atiende, voy a tener que hacerlo yo ¿Qué quieres tomar? —la mujer se echó a reír.
     —Te van a echar a patadas.
     —Que lo intenten, a ver si tienen suerte —le aclaró, guiñándole un ojo.
     —Está bien… ponme una Coca Cola.
     —
¿Aliñada con qué?
     —Con hielo. No bebo alcohol.
     —Chica inteligente. Ahora mismo te la pongo.
     Pero no le dio tiempo ni a poner el hielo. El portero de la discoteca se acercó a él con cara de pocos amigos y le increpó que o se iba por su propio pie, o tendría que echarle a patadas.
Alex sonrió. ¡Le gustaría ver cómo! Una de las ventajas de ser un vampiro era poseer una fuerza diez veces mayor a la de un gorila como el que le hablaba, pero no tenía ganas de follones, así que se despidió de la joven con un guiño y salió por la puerta seguido por un Luismi con cara de pocos amigos.
     —¡Maldita sea, Alex! Para una vez que consigo ligarme a un bombón, vas tú y la lías. ¿Se puede saber qué mosca te ha picado para hacer esa estupidez?
     —Simple caballerosidad, Luismi. La camarera no quería atender a esa mujer y me dio pena.
     —Pues la próxima vez dale un chiflido a la camarera y le pides a la mujer lo que quiera en vez de hacerme pasar un mal rato. Me debes una cena por haberme hecho perder un polvo seguro.
     —Claro, un polvo seguro… me gustaría ver eso.
     —Estaba a punto de llevármela a la cama, ¿sabes, listo? Así que mañana me invitas a cenar a tu casa.
     —Que sí, pesado. Como si quieres que te lleve a la playa.
     —Me gustaría verte a ti en la playa... en una hora tendríamos Alex a la barbacoa.
     —A ver si te enteras de una vez… lo de que los vampiros no pueden salir a la luz del sol es un mito. MI-TO. Si me echo una crema protectora efecto barrera no me pasa nada, lo único que tengo que hacer es llevar gafas de sol.
     —Lo que tú digas, pero si es así podríamos ir este fin de semana a ligar un poco en la arena.
     —No tengo yo otra cosa que hacer que ir a ligar a la playa.
     —Además, a tu hijo le gustará ir contigo. Hace tres años que solo va con tu hermana o con tus padres.
     —He dicho que no, Luismi.
     —Desde que eres un chupasangre te has vuelto un aburrido.
     —Puede ser…
     —Alex, joder, piensa en tu hijo, ¿quieres? Y en mí, que no te veo a la luz del día a no ser que sea algo de suma importancia.
     —Lo pensaré, ¿de acuerdo? Pero deja ya de darme el coñazo, me está empezando a dar dolor de cabeza.
     —Vale, vale… pero mañana te recojo a las diez.
     Llegaron a la esquina donde se despedían desde que eran niños. Subió las escaleras hasta su habitación y vio que su hijo tenía las luces encendidas.
     —Hijo, deberías estar durmiendo hace horas.
     —No podía dormirme, papá ¿Te lo has pasado bien?
     —Bueno… no ha estado mal del todo. Y ahora a dormir.
     —¡¡Pero si mañana no hay cole!!
     —A mí me da igual.
     —¡¡Pero papá!!
     —No me rechistes, enano. Que no se te olvide que quien manda soy yo.
     —¿Puedo dormir contigo?
     —¿Prometes no darme patadas, hablar en sueños o pegarme puñetazos? —el niño se rió.
     —¡Yo no hago nada de eso!
     —Pregúntale a tu tía, que es testigo de ello todas las noches. Anda, vuela para mi cama.
     —¡Gracias, papi!
     Se tumbó en la cama con la vista perdida en el techo. Cada vez que pensaba que vería morir a su hijo sin poder hacer nada para remediarlo se le encogía el corazón y se le formaba un nudo en la garganta.
     Pero jamás convertiría a su hijo en el monstruo en el que se había convertido él. Nunca permitiría que pasase por su mismo infierno, le quería demasiado como para condenarlo a una vida de oscuridad.
     El pequeño se removió entre las sábanas, y Alex sonrió. Pronto comenzaría la pelea. Su hijo tenía tanta energía que por las noches descargaba adrenalina con las sábanas. Lo malo era cuando dormía en su cama. De no ser porque era un vampiro más de una mañana se habría despertado con moretones.
     La luz del alba empezó a filtrarse por los agujeros de la persiana. Debería intentar dormir un poco, si quería llevar a su hijo a la playa debía estar descansado. Luismi le había tocado la fibra sensible. Casi sin darse cuenta había descuidado a su hijo un poco.
     Era cierto que no lo llevaba él a la playa desde que se convirtió, seguro que le haría mucha ilusión ir con él, y con el niño tenía la excusa perfecta para que Luismi dejase de darle el coñazo con los ligues. Pero debía descansar para que su cuerpo regenerase rápido la piel quemada.
     Se desnudó lentamente y se metió entre las sábanas. Su hijo se abrazó a él instintivamente y suspiró. Poco a poco Alex se quedó dormido.

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